ISSN impreso: 0186-0348

ISSN electrónico: 2395-8464

La esclavitud liberal. Liberalismo y abolicionismo en el Caribe hispano

 

Liberal Slavery. Liberalism and Abolitionism in the Spanish Caribbean

 

Rafael Rojas

INFORMACIN SOBRE EL AUTOR:

Rafael Rojas. Profesor e investigador de la Divisin de Historia del Centro de Investigacin y Docencia Econmicas (CIDE), de la ciudad de Mxico, y del Global Scholar en la Universidad de Princeton. Su ltimo libro es Los derechos del alma. Ensayos sobre la querella liberal-conservadora en Hispanoamrica, Taurus, Mxico, 2013.

ABOUT THE AUTHOR:

Rafael Rojas. Professor and researcher of the History Division at the Centro de Investigacin y Docencia Econmicas (CIDE), in Mexico City and Global Scholar at the University of Princeton. His last book is Los derechos del alma Ensayos sobre la querella liberal-conservadora en Hispanoamrica, Taurus, Mexico City, 2013.

 

Fecha de recepcin: junio de 2011; Fecha de aceptacin: marzo de 2012. 

 

Resumen

Este ensayo propone una reconstruccin de algunos debates fundamentales sobre la abolicin de la esclavitud en el Caribe hispano, durante la primera mitad del siglo XIX. El punto de partida es la revolucin haitiana y la polmica sobre la esclavitud durante las Cortes de Cdiz; el de llegada es la campaa abolicionista de los autonomistas y republicanos de Puerto Rico y Cuba en la dcada de I860. El ensayo sostiene que as como en el mundo continental hispanoamericano la disputa por los derechos naturales del hombre, a mediados del siglo XIX, se traduca en trminos del conflicto Estado-Iglesia, en el Caribe colonial, en cambio, esa misma disputa pasaba por el problema de la trata y la esclavitud.

Palabras clave: Trata, esclavitud, liberalismo hispnico, revolucin haitiana, Constitucin de Cdiz, abolicionismo, autonomismo, republicanismo.

 

Abstract

This essay proposes a reconstruction of certain fundamental debates on the abolition of slavery in the Spanish Caribbean, during the first half of the 19th century. It begins with the Haitian Revolution and the polemic over slavery in the Cortes de Cdiz and ends with the abolitionist campaign of the autonomists and Republicans in Puerto Rico and Cuba in I860. The essay posits that just as in the Latin American continental world, die dispute over the natural rights of man in the mid-19th century translated into the terms of the State-Church conflict, in the colonial Caribbean, this same dispute involved the problem of slave trafficking and slavery.

Key words: Trafficking, slavery, Hispanic liberalism, Haitian Revolution, the Constitution of Cadiz, abolitionism, autonomy and Republicanism.

  

En Europa, las mejores inteligencias 
se pierden cuando quieren descubrir 
en ese conjunto de grandes cuestiones 
sociales -el proletariado, la propiedad, 
el impuesto, etc. un principio superior, 
una solucin nica que remedie 
todos los males y concierte en armona 
superior todos los derechos. En las 
Antillas, por el contrario, el problema 
social, vario y mltiple en sus partes se 
ha concentrado en una sola 
institucin: la esclavitud.

Segundo Ruiz Belvis, 
Jos Julin Acosta y 
Francisco Mariano Quiones, 
Junta Informativa de Reformas, 
Madrid, 10 de abril de 1867.

La establecida visin histrica de que el liberalismo decimonnico, y ms especficamente, su variante utilitaria, gener nuevas formas de limitacin de las soberanas nacionales y de justificacin de la esclavitud, encuentra en Jeremy Bentham una formidable refutacin. Bentham, que vindic el "principio de utilidad" y la deontologa, que consider "falacias" los derechos del hombre, dirigi a la Convencin francesa el siguiente mensaje: "emancipad vuestras colonias!"1 Al tratar temas tan hispnicos como la independencia y la esclavitud, este utilitarista britnico no invoc el concepto de utilidad sino el de justicia.2

El caso de Bentham sera suficiente para demandar mayor cautela en las aproximaciones al estudio de las ideas liberales sobre la nacin y la esclavitud. Con demasiada frecuencia, la historiografa unifica las visiones atlnticas sobre las revoluciones americanas: la de las Trece Colonias en 1776, la haitiana en 1791 y las de los viejos reinos hispnicos entre 1808 y 1824. Esa unificacin historiogrfica recurre, por lo general, al recurso de la ambivalencia: los liberales habran sido partidarios de la libertad y de la igualdad en Europa, pero no en Amrica; en Londres y en Pars, pero no en la India, en Irlanda, en Mxico o en Per.

Una relectura de la obrilla de teatro de G. K. Chesterton, El juicio del doctor Johnson, sera suficiente para desestabilizar esos tpicos. Chesterton imaginaba un dilogo entre personajes histricos, como Edmund Burke, Samuel Johnson o James Boswell, y personajes ficticios, como el irlands Ian Mac Lean y el colono de Virginia, John Swallow Swift, en el que se debatan temas como la independencia de Estados Unidos, la esclavitud o la soberana irlandesa. Las posiciones de los personajes eran lo suficientemente diversas como para que Burke defendiera la emancipacin de las colonias norteamericanas, mientras el doctor Johnson exiga la preservacin de la integridad territorial del imperio britnico.3

Chesterton exageraba, desde luego, pero algunas aproximaciones historiogrficas a las visiones sobre la esclavitud y la independencia americanas, entre ilustrados y liberales europeos de fines del XVIII y principios del XIX, como la de Carlos Rodrguez Braun, en su estudio sobre Adam Smith, Jeremy Bentham y la cuestin colonial, o de Mario Rodrguez, sobre los escritos de James Mill a propsito de la independencia hispanoamericana, exponen con claridad la transicin de enfoques imperiales que rechazaban las colonias por econmicamente irrentables o por simpatas hacia soluciones asimilistas o autonmicas, como la de Smith, por ejemplo, a perspectivas de franca identificacin con la solucin republicana, como en el caso de Mili y los escritos que, bajo el pseudnimo de William Burke, escribi para la Edinburgh Review entre 1809 y 1811.4

Ante percepciones tan matizadas y multilaterales, la reciente tesis de Domnico Losurdo, en Liberalism. A Counter-History,5parece refutada avant la lettre. Este filsofo de la Universidad de Urbino sostiene, a partir de lecturas de Sieys, Constant, Tocqueville, Stuart Mill y, sobre todo, de documentos de estadistas del siglo XIX, como los estadunidenses Thomas Jefferson y John C. Calhoun o los britnicos lord Acton y William Gladstone, que el liberalismo, lejos de una teora o una prctica de la libertad fue una filosofa jurdica y poltica del colonialismo y la esclavitud.6 La historia de la eminente tradicin abolicionista del liberalismo anglosajn o la propia historia del liberalismo y el republicanismo anticoloniales de Hispanoamrica seran suficientes para arribar a la conclusin contraria.

En las pginas que siguen quisiera regresar al tema de las tensiones entre el liberalismo y el republicanismo con la esclavitud y el colonialismo, en el mundo atlntico, por medio del recorrido de algunos debates letrados en Hispanoamrica y el Caribe en la primera mitad del siglo XIX.7 Me detendr, fundamentalmente, en dos momentos: algunas discusiones sobre el problema de la esclavitud en el mundo hispnico, entre la revolucin haitiana (1791) y la Constitucin de Cdiz (1812), y la larga y fecunda polmica sobre la trata esclavista y la abolicin, en el Caribe hispnico, a mediados de aquel siglo. Por el camino, haremos algunas sugerencias sobre la conceptualizacin de la nacin y el nacionalismo en los aos previos y posteriores a la independencia hispanoamericana.

El estudio del debate sobre la esclavitud en el Caribe permite ilustrar el desencuentro que, entre 1830 y I860, experimentaron el liberalismo hispanoamericano continental y el reformismo criollo caribeo. Mientras el primero se enfocaba, prioritariamente, en la instrumentacin de la doctrina de los derechos naturales del hombre, con el propsito de reducir los cuerpos del antiguo rgimen, el segundo aplicaba limitadamente la misma doctrina, con el fin de disminuir o eliminar la trata esclavista, preservando la esclavitud. Este paralelo ayuda, a su vez, a comprender mejor las identidades y diferencias entre liberalismo y republicanismo en el mundo hispnico, a mediados del siglo XIX.

 

La Revolucin Silenciada

Se ha vuelto lugar comn, en la historia intelectual y poltica de Hispanoamrica, sealar que, a diferencia de la Declaration of Independence de Estados Unidos, las actas de independencia de las nuevas naciones hispanoamericanas no proponan un registro de derechos fundamentales. Mientras los colonos norteamericanos reproducan las nociones bsicas del derecho natural y afirmaban que "todos los hombres son creados iguales" y poseen "derechos inherentes e inalienables como el derecho a la vida, la libertad y la bsqueda de felicidad", los criollos hispanoamericanos se centraban en establecer la "ruptura de la dependencia del trono espaol" y la "recuperacin del ejercicio de la soberana usurpada".8

El paralelo se ha llevado, incluso, hasta la Constitucin de Cdiz de 1812, en la que algunos historiadores han sealado la ausencia de una dotacin de derechos naturales del hombre, en contraposicin, por ejemplo, al artculo primero de la Declaracin del Congreso Continental de Virginia, en 1774, o de la Declaracin Universal de Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789), en Francia.9 Como bien apuntaron Diego Sevilla Andrs, Antonio Fernndez Garca y otros constitucionalistas peninsulares, dicha contraposicin es incorrecta no slo porque una Constitucin es un documento diferente a una Declaracin de Independencia en la propia Constitucin estadunidense de 1787 tampoco hay una dotacin de derechos fundamentales sino porque en la Constitucin de Cdiz, especficamente en los artculos 4o y 13, s se dotaba a los "ciudadanos espaoles de ambos hemisferios" de "derechos legtimos" como la libertad civil, la propiedad, la felicidad y el bienestar.10

Es cierto que la Constitucin de Cdiz mantuvo la esclavitud y, ni siquiera, reconoci la ciudadana de los nacidos en frica o sus descendientes, a los cuales las Cortes podran conceder carta de ciudadana por "servicios calificados a la patria, talento, aplicacin y conducta", slo en caso de que sus padres, madres y esposas fueran libertos y poseyeran algn oficio, empresa o capital propio.11 Sin embargo, el debate que precedi al artculo 22 de la Constitucin, que garantiz aquella exclusin, no fue intrascendente, con una notable participacin de diputados americanos y el debate mismo refleja el avance que desde la revolucin haitiana experimentaban las ideas abolicionistas en Amrica.

Como recordaba Rafael Mara de Labra en el clsico Amrica y la Constitucin espaola de 1812 (1914), desde marzo de 1811 comenz a debatirse la abolicin de la esclavitud en Cdiz, gracias a una propuesta presentada en sesin secreta por el diputado tlaxcalteca Jos Miguel Guridi Alcocer, cura de Tacubaya.12 La argumentacin de Guridi Alcocer, similar a la del diputado de la Nueva Galicia, el cannigo Jos Simen de Ura defensor de la ciudadana de las castas durante el debate del artculo 22 de la Constitucin de Cdiz, parta de la suscripcin doctrinal de los derechos naturales del hombre y de la creciente tendencia abolicionista que se manifestaba en Francia y Gran Bretaa desde fines del siglo XVIII. Aunque el diputado novohispano imaginaba un periodo de transicin en el que se suprimira la trata africana y se liberara a los hijos de esclavos, mientras se mantena a estos en condicin "servil" "para no perjudicar en sus intereses a los actuales dueos" su propuesta era claramente abolicionista:

Contrariando la esclavitud el derecho natural, estando ya proscrita aun por las leyes civiles de las naciones cultas, pugnando con las mximas liberales de nuestro actual gobierno, siendo impoltica y desastrosa, de que tenemos funestos y recientes ejemplares y no pasando de preocupacin su decantada utilidad al servicio de las fincas de algunos hacendados, debe abolirse enteramente.13

En el trunco debate que acompa esta propuesta de Guridi Alcocer en Cdiz, el 2 de abril de 1811, es legible la opaca resonancia de la revolucin haitiana, de las revoluciones de independencia hispanoamericanas y, especialmente, del Decreto de Abolicin de la Esclavitud, emitido por el cura Miguel Hidalgo, el 6 de diciembre de 1810 en Guadalajara. Uno de los primeros inconvenientes para el buen curso del proyecto de Guridi Alcocer fue la presentacin, en la misma sesin del 2 de abril de 1811, de otra propuesta del diputado asturiano, Agustn Arguelles, a favor de la supresin del comercio de esclavos, la cual estaba contemplada en el primer punto del proyecto del novohispano.14

Ambas propuestas se debatieron a la vez, generando la impresin de que el proyecto de Arguelles era una versin moderada del de Guridi Alcocer. An as, uno y otro fueron remitidos a comisiones, sin que volvieran a debatirse antes de la presentacin del texto constitucional, en agosto de 1811, del que fueron excluidos. Las posiciones delineadas en el breve debate del 2 de abril de ese ao permiten leer, como decamos, las resonancias de la tradicin abolicionista atlntica en Cdiz. Mientras algunos liberales americanos y peninsulares, como el quiteo Jos Meja Lequerica, el castellano Manuel Garca Herreros, los leoneses Juan Nicasio Gallego y Evaristo Prez Castro, el cataln Felipe Aner de Esteve y el valenciano Joaqun Lorenzo Villanueva, respaldaban la propuesta de Arguelles y hasta agregaban a la misma, como en el caso de Garca Herreros, la "libertad de vientre", es decir, la automtica liberacin de los hijos de los esclavos incluida en el punto tercero de la propuesta de Guridi Alcocer, los diputados cubanos, especialmente el habanero Andrs Juregui, con el respaldo o la no oposicin pblica de Juan Bernardo O'Gavan, vicario general de La Habana, lideraban el rechazo a ambos proyectos.15

Los defensores del fin de la trata, como Meja y Aner, apelaban a la referencia del decreto britnico de supresin del comercio de esclavos, de 1807, antes que a la revolucin haitiana.16 Sin embargo, esta ltima emerga como referencia negativa en el debate, lo mismo entre partidarios que entre detractores del trfico negrero. Meja, por ejemplo, atribua la "precariedad de la existencia de muchas provincias americanas" al "aumento de la introduccin de eslavos en nmero indefinido" y Juregui, de un modo ms directo y desde la posicin contraria, aseguraba que la supresin del comercio esclavista amenazara la "tranquilidad" y el "sosiego" de la isla de Cuba, territorio no convulsionado por la independencia hispanoamericana.17

Movimientos demasiado funestos y conocidos agitan una gran parte de Amrica. Acurdense de la imprudente conducta de la Asamblea Nacional de Francia, y de los tristes y fatalsimos resultados que produjo, adems de sus exagerados principios, la ninguna premeditacin y, digo ms, la precipitacin e inoportunidad con que toc y condujo un negocio semejante.18

A pesar de que los liberales gaditanos opuestos a la trata insistan en que su referencia no era la Declaracin de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789) o la abolicin de la esclavitud en las colonias francesas por la Convencin el 4 de noviembre de 1794 sino el bill britnico contra el comercio de esclavos de 1807, el fantasma de la revolucin haitiana reapareci en Cdiz. Tanto Juregui, de un lado, al hablar de "principios exagerados", como Argelles, del otro, al argumentar que la "prohibicin (de la trata) era ms digna de los sbditos de una nacin que pelea por su libertad e independencia", aludan a la doctrina de los derechos naturales, cuya premisa fundamental era que los hombres nacan libres e iguales ante la ley.19 Para el habanero Juregui, dicha premisa no era aplicable a todos los hombres.

El dilema, que se haba planteado en toda su crudeza durante la revolucin de independencia de Estados Unidos, reproduca la tensin entre dos derechos naturales, la libertad y la propiedad, y a la vez dilataba las fronteras entre la libertad civil y la libertad poltica. Para los criollos habaneros, hacendados azucareros o traficantes de esclavos lo mismo que para los colonos sureos de Estados Unidos el derecho a la propiedad relativizaba el derecho a la libertad, de la misma manera que la libertad poltica de los blancos e, incluso, la independencia de la nueva nacin, acotaban la libertad civil de los negros. La opacidad o la invisibilidad del referente de la revolucin haitiana, dentro del propio abolicionismo hispanoamericano, no slo tena que ver con la crtica liberal al jacobinismo negro sino, como ha observado David Waldstreicher, con la necesidad de articular el constitucionalismo con la esclavitud.20

Con frecuencia, la historiografa centra la lectura de la revolucin haitiana que hizo el liberalismo hispnico en el rechazo al jacobinismo negro. Es evidente que una porcin considerable de las elites liberales y republicanas, que respaldaron el constitucionalismo gaditano o las propias independencias hispanoamericanas, vieron en la revolucin haitiana un ejemplo negativo, en el que la ruptura del pacto colonial se daba acompaada de una inversin de la pirmide social y de un derroche de violencia racial y poltica.21 No es menos cierto, sin embargo, como advierte Robin Blackburn, que la revolucin haitiana dio un impulso notable a movimientos pacficos a favor de la abolicin de la trata y la esclavitud, como los que impulsaron, en Gran Bretaa, la comunidad cuquera, Thomas Clarkson, William Wilberforce y el Committee for the Abolition of Slave Trade, que logr el bill de 1807, o a rebeliones antiesclavistas como la de Jos Antonio Aponte en Cuba, entre 1811 y 1812.22

No falt, de hecho, en el contexto del liberalismo gaditano, alguna voz que demandara la abolicin de la trata y de la esclavitud a partir de las mismas premisas que el abolicionismo britnico hizo suyas luego de la revolucin haitiana. El oidor de la Audiencia de Mallorca, Isidoro de Antilln, diputado a las Cortes de Cdiz por Aragn, escribi una Disertacin sobre el origen de la esclavitud de los negros, que ley en la Real Academia de Derecho Espaol, en 1802!, y que se edit en 1811, luego del debate del 2 de abril de ese ao en las Cortes. All Antilln defenda el fin de la trata y de la institucin esclavista en nombre del derecho natural: "el derecho de gozar de su trabajo, de disponer de su persona, de escoger el gnero de ocupacin ms conveniente, el derecho de existir polticamente".23

Antilln cuestionaba a la tradicin ilustrada del siglo XVIII, con Montesquieu a la cabeza, por la incongruencia de haber defendido, a la vez, los derechos naturales del hombre y la esclavitud de la poblacin africana. Cuando la naturaleza, "sabia legisladora del gnero humano", haba "esculpido en el corazn de los hombres el inviolable principio de la libertad y la igualdad, derechos que no se alteran o disminuyen segn la diversidad de colores".24 Llama la atencin que aunque Antilln citara ampliamente las Letters on the Slave Trade de Clarkson y que, como este y otros abolicionistas britnicos, contemplara una abolicin gradual, con indemnizacin adecuada para los dueos de esclavos y hasta un sistema de "sometimiento de estos a las leyes", por medio de la educacin, la concesin de tierras y la "servidumbre domstica", no considerara a los negros "brbaros", desde un punto de vista cultural o moral, sino diferentes, desde una perspectiva anatmica.25 El color negro, segn Antilln, slo reflejaba la posesin de una "crasa sustancia gelatinosa, que media entre el epidermio y la piel, provocada por el exceso de calor".26

Tanto en el abandono del tpico ilustrado de la inferioridad cultural o moral de la poblacin africana como en su visin de la revolucin haitiana, Antilln se separaba de las corrientes hegemnicas del abolicionismo atlntico.27 La sublevacin de los esclavos de Santo Domingo, en 1791, que dio origen a aquella gesta, le pareca a este liberal gaditano un elemental acto de justicia: "si los excluidos componen un nmero suficiente para pedir satisfaccin, es de presumir que no sufrirn siempre con tranquilidad una injusticia semejante".28 El trasfondo de esta rara imagen legtima de la revolucin haitiana, en una zona minoritaria del liberalismo gaditano, tal vez tenga que ver con algunas aproximaciones al republicanismo, desde las tradiciones neoescolsticas espaolas, en las que se aceptaba el derecho a la rebelin contra el absolutismo y, a la vez, no se consagraba jerarqua alguna entre los derechos naturales del hombre.

Buena parte del rechazo al jacobinismo francs y ms all de la mentalidad racista predominante al jacobinismo negro haitiano, dentro del liberalismo atlntico, tena que ver con la idea liberal de que el derecho a la propiedad era tan natural, sagrado e inviolable como el de la libertad o la igualdad. Algunos estudiosos de la tradicin republicana, como J. G. A. Pocock, Philip Pettit, Helena Bjar y Richard Dagger, han sealado que un punto de desencuentro entre liberalismo y republicanismo sera la contraposicin entre comercio y virtud y la idea limitada del derecho de propiedad defendidos por el segundo.29 La revolucin haitiana y la originaria inspiracin jacobina de sus principales lderes negros (Toussaint Louverture, Henri Christophe, Jean Jacques Dessalines) o mulatos (Andr Rigaud, Alexandre Ption, Jean Pierre Boyer), con independencia de la evolucin ideolgica posterior de cada uno, represent para muchos de sus contemporneos hispnicos el mejor ejemplo de una radicalizacin republicana del liberalismo atlntico.

Es ese momento en que la propiedad y, especficamente, la propiedad de esclavos, deja de ser un derecho natural y pasa a ser un derecho civil, limitable o embargable por el poder pblico, el que condensa la radicalidad de la revolucin haitiana. Una legendaria tradicin historiogrfica, que arranca con The Black Jacobins (1938) de C. L. R. James y desemboca en Avengers of the New World (2004)30 del profesor de Duke University, Laurent Dubois, confirma la peculiaridad de una revolucin atlntica que, entre 1791 y 1804 y coincidiendo con la francesa, la norteamericana y las hispnicas, destruye, a la vez, el pacto colonial y el rgimen esclavista y funda un nuevo orden republicano y liberal que recompone el sistema de propiedad del antiguo rgimen. Ninguna otra revolucin, entre fines del XVIII y principios del XIX, produjo un cambio tan profundo.

James narraba con inocultable admiracin aquella epopeya protagonizada por 200 000 esclavos que, en doce aos, liberaron a 500 000 negros, derrocaron a los ejrcitos borbnicos de Francia y Espaa y resistieron dos expediciones de Gran Bretaa y el imperio napolenico, compuestas por 60 000 hombres cada una.31 Para el marxista trinitario, el lder que mejor personificaba aquella revolucin era Toussaint Louverture. Segn James, el caso de Toussaint un esclavo de una estancia ganadera que haba aprendido a leer y a escribir y que, a sus 45 aos (luego de cuidadosas lecturas de los Comentarios de Julio Csar y de los cuatro volmenes de la influyente Histoire Philosophique et Politique des Etablissements et du Commerce des Europes dans les deux Indes (1770) del abate Guillaume Thomas Raynal, ilustrado jesuta que denunci el colonialismo y la esclavitud europeos en Amrica) encabeza una insurgencia antiesclavista y anticolonial en el Caribe era el mejor emblema de la emancipacin latinoamericana.32

Raynal, que fue tambin lectura decisiva para Robespierre y Bolvar, era el tipo de fuente ilustrada que contribua a vertebrar el imaginario poltico del republicanismo y el jacobinismo atlnticos. Para Toussaint o Bolvar lo decisivo en esas lecturas no eran los prejuicios o estereotipos del abate francs y de otros americanistas ilustrados, como Buffon, Marmontel, Robertson o de Pauw, sobre la flora, la fauna, las costumbres, la "decrepitud" o la "impubertad" de los habitantes del Nuevo Mundo, sino la crtica a la Inquisicin y la esclavitud, al colonialismo y la plantacin.33 Es en esas lecturas y en el involucramiento en el proceso mismo de la revolucin francesa, donde Toussaint llega a la conviccin de que la independencia de Hait debe ir unida a una destruccin del sistema de plantacin azucarera y esclavista.

En sus proclamas y documentos, Toussaint insista siempre en defender la equivalencia de los conceptos de "libertad" e "igualdad", en contra de las corrientes ms moderadas de la revolucin francesa. Dicha equivalencia, como bien seala Laurent Dubois, estableca para los jacobinos negros, por lo menos, tres premisas con las que simpatizaba el jacobinismo francs: la abolicin de la esclavitud, la supresin de los fueros y privilegios del antiguo rgimen y la limitacin de las grandes propiedades privadas o eclesisticas.34Entre 1789 y 1794, los lderes haitianos observaron cmo las posiciones moderadas de Brissot y la Sociedad de Amigos de los Negros eran rebasadas por actitudes ms radicales, en relacin con la esclavitud en las Antillas, como las del abate Grgoire, Robespierre, Dupont de Nemours y el colono Moreau de Saint-Mry, quienes desde 1791 defendan la "libertad de vientre".35

Cuando en 1792 la Asamblea Legislativa decreta la igualdad de derechos polticos entre negros y blancos libres y, sobre todo, cuando el 4 de febrero de 1794 la Convencin decreta, a solicitud del abate Grgoire, la abolicin de la esclavitud en las colonias francesas, los jacobinos negros ven la confirmacin de que la causa por la que luchaban desde haca tres aos tambin era defendida por los lderes ms radicales de la revolucin francesa. Desde entonces ya ser imposible para esos jacobinos negros distinguir entre la "libertad poltica" de la nacin y la "libertad civil" de todos los ciudadanos, tal y como se acostumbraba en el lenguaje del liberalismo gaditano e hispnico hasta mediados del siglo XIX.36 Es por ello que el restablecimiento de la esclavitud por Napolen, en 1802, lejos de sofocar la revolucin haitiana atiz su ebullicin, como se evidenciara con la derrota de Leclere y la secuela revolucionaria en las otras colonias francesas de las Antillas.

Al defender una idea limitada de la propiedad, en tanto derecho civil o no natural, el jacobinismo negro se coloc ms all del liberalismo atlntico. Los propios lderes del primer republicanismo hispanoamericano, como puede leerse en los decretos de abolicin de la trata o de la esclavitud casi todos graduales o parciales, como el ya citado de Guadalajara y el de Chile, en 1811, el de Buenos Aires, en 1813, el de Simn Bolvar en 1816, el de la Constitucin Argentina de 1817 o el peruano de 1821, defendieron el fin de la esclavitud, no a partir de una aplicacin radical de la doctrina de los derechos naturales, sino de la necesidad de crear ejrcitos insurgentes.

El mismo Simn Bolvar, como es sabido, tuvo hasta 1816 una posicin ambivalente sobre la esclavitud, ms cercana a la tradicin abolicionista britnica que al jacobinismo francs o haitiano. Ms all del respaldo determinante que le brind Ption, luego de la contraofensiva realista de 1814, y de la amistad con que lo distingui Boyer, el legado poltico de la revolucin haitiana que ms valor Bolvar, durante el proceso de constitucin de las nuevas repblicas hispanoamericanas, est relacionado con instituciones como la presidencia vitalicia y el senado hereditario, que trasplant del sistema poltico haitiano -el "ms democrtico del mundo", a su juicio a la Constitucin de Bolivia de 1826.37

La subordinacin del derecho civil de propiedad a los derechos naturales de la libertad y la igualdad no slo garantiz el contenido antiesclavista del jacobinismo haitiano sino que cre uno de los referentes ideolgicos ms persistentes del nacionalismo agrario caribeo y latinoamericano de los dos ltimos siglos.38 Es en este sentido que puede afirmarse que el debate sobre los derechos naturales del hombre, en el siglo XIX, tiene en la revolucin haitiana un hito fundacional, cuya radicalidad lo vuelve, de algn modo, paradigmtico o inalcanzable.39 La esencia del jacobinismo, estudiada por Ferenc Fehr en La revolucin congelada (1989), se manifiesta ms claramente en la veloz transformacin de medio milln de esclavos antillanos en ciudadanos propietarios de una nueva repblica que en el "terror" parisino del 93.40

Si dicha esencia tiene que ver con la instauracin acelerada de una "repblica de la virtud" por medio de mecanismos autoritarios de desjerarquizacin social, entonces la vuelta de tuerca a la Declaracin Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), que propuso Robespierre en la Convencin, en abril de 1793, sera uno de sus documentos bsicos. All Robespierre propona entender la propiedad como un derecho civil, no natural: "la propiedad es el derecho que tiene cada ciudadano a gozar y disponer de la porcin de los bienes que le garantiza la ley".41Y ms adelante sealaba que dicho derecho estaba "limitado" por la obligacin de respetar los derechos de los dems y que no poda "perjudicar la seguridad, la libertad y la existencia de nuestros semejantes".42 Finalmente, agregaba en alusin directa a la trata africana, que "todo comercio que viole ese principio es esencialmente ilcito e inmoral".43 A partir de pasajes como estos, autores como Paul Gilroy han destacado el poco reconocido papel que la revolucin haitiana tuvo en la radicalizacin del republicanismo atlntico.44

Esa dimensin paradigmtica del jacobinismo negro, dentro de la tradicin republicana, fue la que llam la atencin de Susan Buck-Morss al explorar las posible referencialidad haitiana durante el proceso de escritura de la Fenomenologa del espritu (1807) de Hegel, en Jena, a principios del siglo XIX. A Buck-Morss le llamaba la atencin el "silencio hegeliano" sobre la revolucin haitiana, cuando ese evento, que el filsofo sigui por la prensa alemana y francesa, lo haba ayudado a formular su teora sobre la dialctica del amo y el esclavo.45Hegel, lector de Adam Smith quien a su vez ley a Raynal y sigui la descripcin del sistema colonial americano de este ltimo, transcriba filosficamente el proceso de la revolucin haitiana cuando hablaba del paso del temor al amo, como "verdad" de la "conciencia servil", al trabajo libre y a la "formacin cultural" de un "sentido propio".46

Sin embargo, la Fenomenologa del espritu, texto bsico del proceso intelectual que acompa la transicin de las monarquas absolutas al Estado liberal en la primera mitad del siglo XIX, borraba la referencia haitiana. La razn de ese silenciamiento, tambin estudiada por Michel-Rolph Trouillot, tena que ver con el propio miedo del liberalismo atlntico al jacobinismo negro y con la desafiante reformulacin que este ltimo logr de la doctrina de los derechos naturales del hombre.47 El repliegue del liberalismo hispnico, en la pennsula y en el Caribe, sobre las demandas de abolicin de la trata y preservacin de la esclavitud, que observaremos a partir de los aos treinta del siglo XIX, ser, en buena medida, una reaccin a ese miedo.

Fueron raros, como veremos, los lderes criollos cubanos y puertorriqueos que reclamaron para s el legado de la revolucin haitiana en el siglo XIX. Que reformistas y autonomistas no lo hicieran es lgico, pero que los propios lderes separatistas no se inscribieran en esa tradicin es seal de la fuerza del antijacobinismo y de las ambivalencias ante la realidad de la esclavitud de los liberales e, incluso, los republicanos caribeos hasta las ltimas dcadas del siglo XIX. La herencia de la revolucin haitiana fue asumida por lderes negros y mulatos como los cubanos Jos Antonio Aponte, a principios de ese siglo, o Antonio Maceo, a fines del mismo, pero, sobre todo, por quien sera, tal vez, el republicano del Caribe hispano que ms debi a la gesta de los jacobinos negros: el puertorriqueo Ramn Emetrio Betances (1812-1898).

Marcado fuertemente por las ideas de la revolucin francesa de 1848 estudi el bachillerato en Toulouse en los aos cuarenta y luego se doctor en medicina en Pars, Betances conect desde muy temprano la lucha por la abolicin de la esclavitud y por las independencias de Cuba y Puerto Rico con el antecedente de la revolucin haitiana y con el movimiento abolicionista del norte de Estados Unidos. Dos de sus primeras publicaciones fueron la traduccin de un discurso del abogado abolicionista norteamericano, Wendell Philips, en homenaje a Toussaint Louverture, y su conocido Ensayo sobre Alejandro Ption (1870), dedicado a los separatistas cubanos y puertorriqueos, que se haban levantado en armas en Lares y Yara, en 1868.48

La historia intelectual caribea no ha reparado lo suficiente en la bifurcacin que se produce, a la altura de 1867, entre las elites reformistas cubanas y puertorriqueas, cuando estas ltimas proponen la abolicin definitiva de la esclavitud, con o sin indemnizacin, en la Junta de Informacin de Madrid.49 Mientras los cubanos (Jos Antonio Saco, el conde Pozos Dulces, Nicols Azcrate, Jos Luis Alfonso, Jos Antonio Echevarra, Toms Terry, Calixto Bernai y Jos Morales Lemus, entre otros) se concentraban en la demanda del fin de la trata, los puertorriqueos (Segundo Ruiz Belvis, Jos Julin Acosta y Francisco Mariano Quiones) defendan la abolicin "inmediata y radical" con el argumento de que la isla Puerto Rico tena derecho a ser escuchada, con independencia de Cuba, cuya riqueza azucarera, poblacin blanca y suma de intereses criollos y peninsulares eran utilizados como argumentos para preservar la esclavitud en las Antillas.50

 

Los lmites del abolicionismo

El liberalismo hispnico se vio estremecido por la revolucin haitiana en su frontera ms prxima: el Caribe. No se entiende la historia caribea de la primera mitad del siglo XIX sin esa revolucin y sin la repblica que la sucedi, la cual lleg a ejercer una considerable hegemona regional hasta los aos treinta. Bajo las presidencias de Alexandre Ption (1807-1818) y Jean Pierre Boyer (1818-1843), la repblica haitiana impulso las independencias hispanoamericanas y, en alianza con Mxico y Colombia, lleg a contener los intentos de reconquista de Femando VII y la Santa Alianza hasta 1833. La ocupacin de la parte oriental de la isla, independizada de Espaa en 1821 por el movimiento liberal de Jos Nez de Cceres, la liberacin, tambin all, de medio milln de esclavos, la emigracin hacia Cuba y, en menor medida, hacia Puerto Rico, de cientos de plantadores azucareros y cafetaleros, el incremento de la trata y de la produccin azucarera en estas islas y el aliento a las sublevaciones esclavas, que arrancan con la de Jos Antonio Aponte en Cuba, en 1812, fueron algunos de los impactos ms visibles de la revolucin haitiana en el Caribe hispnico.51

Hay otra dimensin, sin embargo, de las consecuencias de la revolucin haitiana para el Caribe hispnico que tiene que ver con la historia intelectual de la esclavitud y el liberalismo y que podra asociarse con lo que la historiadora Ada Ferrer ha llamado el "miedo a Hait".52 Un miedo que refleja todo tipo de aprensiones raciales, polticas e ideolgicas por parte de las elites peninsulares y criollas, desde las asociadas con el rechazo al fin de la esclavitud, sostn de la plantacin azucarera, hasta las proclives a la reduccin o abolicin de la trata por temor a que el incremento de la poblacin esclava y negra reprodujera el escenario haitiano en Cuba o Puerto Rico. En los documentos sobre la revolucin haitiana, reunidos por el historiador Jos Luciano Franco en el Archivo Nacional de Cuba, y glosados por Ferrer, puede leerse el repliegue del liberalismo hispnico en relacin con la esclavitud, que marcar la historia intelectual peninsular y caribea hasta mediados del siglo XIX.53

Desde los gobiernos de Luis de las Casas y el marqus de Someruelos, en la Capitana General de Cuba, la revolucin haitiana fue percibida como una catstrofe. El debilitamiento de Francia en el Caribe, que la misma generaba, no era visto por los funcionarios borbnicos de Cuba y Puerto Rico, leales al pacto de familia, como un mal menor. En el verano de 1791 algunos de esos funcionarios se hacan eco de las terribles visiones de los plantadores franceses y criollos que auguraban que la "revolucin de esclavos iba a sepultar en el olvido tal vez para siempre esa preciosa parte del imperio" y que la "sangre de los cultivadores iba regar la tierra que su sudor hizo frtil".54 Al comprobar que "ms de doscientas haciendas de azcar haban sido incendiadas", que "sus dueos haban sido despedazados", que "un nmero inmenso de cafeteras era tambin materia del furor de las llamas" y que "los negros han ganado las montaas y el hierro y el fuego est con ellos", los hacendados haitianos "imploraban los socorros de la Espaa y de otros insulares vecinos".55

En 1799, bajo el gobierno del marqus de Someruelos, la Capitana General comenz a monitorear incidencias de la revolucin haitiana, como el conflicto entre Toussaint y otros lderes revolucionarios como Rigaud y Moise, el restablecimiento del catolicismo como religin oficial, la traicin del general Lecrerc y el arresto y envo de Louverture a Francia en el verano de 1802, donde morira al ao siguiente en el castillo de Fort de Joux.56 El gobernador de La Habana lleg a recibir un informe secreto, sumamente detallado, sobre la revolucin haitiana, redactado por el agente Dubois, en el que se afirmaba que Toussaint, "aunque muy ignorante y apenas salido de la esclavitud", actuaba como "dueo, dspota y tirano" y estaba dominado por pasiones como "el orgullo, la insaciabilidad, la ambicin llevada hasta la atrocidad, pero cubierto de un ligero velo de hipocresa".57

Tras la cada de Toussaint, el marqus de Someruelos encomend al oidor del Ayuntamiento de La Habana y sndico del Real Consulado, Francisco de Arango y Parreo (1765-1837), que se trasladase primero a Gurico, Venezuela, y luego a Puerto Prncipe, para tratar temas relacionados con reclamaciones espaolas, aranceles, contrabando y leyes de navegacin y puertos con los jefes franceses y haitianos. En "instruccin reservada", Someruelos pidi a Arango que, adems de negociar, averiguara cul era el estado de "tranquilidad o alteracin" de la poblacin "blanca", de la agricultura y el comercio y cul era la correlacin de fuerzas entre los ejrcitos napolenico y haitiano.58 Arango, tal vez el letrado criollo de mayor prestigio en su generacin, redact un informe que, de algn modo, marcara la pauta para el posicionamiento del liberalismo hispnico frente a la revolucin haitiana:

La pluma se me cae de vergenza, cuando trato de comenzar la triste pintura que en la actualidad puede hacerse de la que era poco hace la ms floreciente y rica colonia del orbe. La parte francesa de Santo Domingo que en el ao 1788, con una poblacin de 38 000 a 40 000 blancos, 28 000 libres de color y 450 000 esclavos de todos sexos; tena en movimiento 793 ingenios de azcar, 3 107 cafetales, 3 150 aileras, 799 algodoneras, 69 cacaotales, 153 alambiques, 61 tejares, 313 hornos de cal y 3 teneras; esa colonia, digo, que sin contar can su comercio directo al extranjero, reciba de su nacin 138 624 toneladas y 54 568 000 libras, y remita en frutos el valor de 175 990 000 libras, puede decirse que hoy se halla reducida a la nada; pues, exceptuando el partido de Cul-de-Sac para azcar, y los de Grand-Bois y Jeremas para caf, todo lo dems, despus de haber sido incendiado y arrasado, est en posesin de los rebeldes.59

Desde entonces Arango y la mayora de los letrados y estadistas criollos del liberalismo caribeo se propondran no ser Hait: evitar que un proyecto como el de los jacobinos negros triunfase en Cuba o en Puerto Rico Cmo lograrlo? Arango reiteraba en el informe de su Comisin en Santo Domingo (1803) dos medidas esbozadas entre su Discurso sobre la agricultura en La Habana en medios de fomentarla (1792) y la Representacin del Real Consulado a Carlos IV (1799), que permitiran impedir que "se repita en Cuba la catstrofe de Santo Domingo": 1) reconocer la independencia de Hait o, por lo menos, contribuir a que Francia la reconozca; 2) aumentar la poblacin blanca, sobre todo, en la parte oriental de Cuba, incentivando la inmigracin de colonos dominicanos y franceses y flexibilizando la poltica fiscal.60 Arango resumir dicha estrategia con un epigrama: "en el aumento de blancos y en nuestra separacin de los rebeldes de Santo Domingo consiste nuestra seguridad".61

El objetivo de evitar otro Hait en el Caribe ser una finalidad constante del liberalismo hispnico durante la primera mitad del siglo XIX. Una finalidad que se buscar a travs de diversas tcticas o medios polticos y que se defender desde distintos referentes doctrinales y discursivos. En la propia obra reformista de Arango es observable, a mediados de los veinte y principios de los treinta, un cambio de posicin respecto a la trata esclavista que responde, sin embargo, a la misma finalidad trazada en 1803. Ya en el periodo final del reinado de Fernando VII, Arango constataba que buena parte de sus recomendaciones a la corona se haban tenido en cuenta y que, como consecuencia de las mismas, en Cuba se haba producido el boom azucarero estudiado por Manuel Moreno Fraginals.62

En textos del periodo absolutista o gaditano, Arango defendi el incremento del comercio de esclavos, la "absoluta libertad en la introduccin de negros" y la "propagacin de la especie negra en la isla" y se opuso a la "falta de brazos en las haciendas, especialmente en los ingenios" y a la "escasez de hembras esclavas".63 Sin embargo, desde 1825, ao en que se produce una rebelin de esclavos que ha sido estudiada por Manuel Barcia, el liberal criollo comienza a reconsiderar la conveniencia de mantener el ritmo creciente en el ingreso de africanos a la isla.64Esta transicin entre la defensa y el rechazo de la trata africana, dentro el liberalismo reformista de mediados del siglo XIX, permite rastrear en la larga duracin de la historia intelectual el arraigo que alcanzaron, en la mentalidad de las elites criollas, las representaciones negativas de la revolucin haitiana y el jacobinismo negro.65

La generacin de letrados criollos que sucedi a la de Arango, en la que figuraban el sacerdote Flix Varela (1788-1853), el crtico Domingo del Monte (18041853), el historiador Jos Antonio Saco (1797-1879) y el filsofo Jos de la Luz y Caballero (1800-1862), desplaz aquel miedo a Hait hacia los presupuestos del liberalismo y el abolicionismo atlnticos de mediados del siglo XIX. En los escritos de aquellos letrados es posible reconstruir los precisos lmites que adopt la doctrina de los derechos naturales del hombre en el contexto del avance de los proyectos desamortizadores y secularizadores impulsados por el liberalismo hispnico desde los aos treinta. Es significativo constatar que mientras en la pennsula avanzaba la idea de que los bienes del clero eran civiles, no naturales, y por tanto embargables por el poder pblico, en el Caribe hispnico se le negaba a los nacidos en frica el derecho natural a la libertad o la igualdad.

El presbtero Varela, antes de evolucionar hacia el republicanismo, present en las Cortes de Madrid del Trienio Liberal un proyecto de "extincin de la esclavitud, atendiendo a los intereses, de sus propietarios" que, aunque no fue debatido ni aprobado, permite ilustrar las ambivalencias del liberalismo hispnico frente a la esclavitud. Varela, como sus antepasados gaditanos, comenzaba enmarcando la cuestin dentro de la "felicidad de la isla" que, a su juicio, era voluntad de la "naturaleza".66Aunque Varela avanzaba al demandar ya no el fin de la trata sino la abolicin de la esclavitud misma, su propuesta preservaba el centro de la argumentacin de Arango al hablar de un problema de "seguridad" relacionado con el crecimiento demogrfico de la poblacin mulata y negra.67 La abolicin era para Varela un "medio de evitar daos a la poblacin blanca y a la agricultura de la isla", debido a que la "preponderancia" negra y la dependencia que la agricultura insular experimentaba de la misma, poda "animar a esos desdichados a solicitar por la fuerza lo que por justicia se les niega".68

Los lmites del abolicionismo de Varela, como se desprende de los estudios recientes de Jos Antonio Piqueras y Jos Mara Portillo Valds, estaban fijados por el propio liberalismo gaditano. En sus Observaciones sobre la Constitucin Poltica de la Monarqua Espaola (1820), poco antes de asumir su representacin en las Cortes de Madrid, el sacerdote habanero apenas discuta la limitacin de derechos de ciudadana a los "sirvientes domsticos" y, de la mano de Constant y Montesquieu, sostena la correspondencia entre "libertad nacional" y "libertad individual" o entre "independencia poltica" e "igualdad legal" sin posicionarse a favor del fin de la esclavitud.69 A juzgar por el escaso peso que el abolicionismo tuvo en la radicalizacin republicana de Varela, mucho de este "liberalismo prudente", como le llama Piqueras, subsisti en el exilio neoyorkino del filsofo cubano y se trasmiti a las nuevas generaciones de letrados insulares.70

Cuando en 1834 comenz el rgimen de "facultades omnmodas" del gobernador Miguel Tacn, en Cuba, Del Monte y Saco se opusieron firmemente al mismo. El principal nfasis de las crticas de ambos estaba puesto en el rango excepcional que se daba a la isla dentro del sistema colonial y, especficamente, dentro del liberalismo peninsular. Cuba, de acuerdo con una legislacin casustica, quedaba fuera de los convenios de supresin o limitacin del comercio de esclavos que Madrid firmaba con Gran Bretaa y, a la vez, sus ciudadanos libres eran excluidos de las instituciones representativas de la monarqua, como se evidenciara en el proceso constitucional de 1836. En marzo de este mismo ao, Del Monte escribi el artculo "La isla de Cuba tal cual est", en el que defenda al procurador habanero en las Cortes de Madrid, Juan Montalvo y Castillo, de los ataques que le hiciera la prensa liberal madrilea, por su oposicin al estatuto excepcional de la isla. El peor efecto de esa condicin jurdica particular, segn Del Monte, era la "introduccin clandestina y escandalosa de negros de Africa, protegida por el gobernador Tacn para oprobio de su nombre y perdicin de la isla":71

Qu han ganado, pues, los espaoles habitantes en Cuba con que se haya aumentado la poblacin de la isla, no por haberse ellos reproducido naturalmente, ni por la inmigracin de otros espaoles o extranjeros de Europa, sino por la introduccin clandestina de millares de negros de frica? Hoy se calcula que hay en el territorio de Cuba 1 000 000 de almas, pero de estas, 600 000 son hombres esclavos, enemigos justamente acrrimos de los 400 000 restantes.72

El clculo demogrfico de Del Monte era deliberadamente equivocado, ya que segn un censo posterior, de 1841, el nmero de esclavos en Cuba no era mayor de 437 000, pero evidentemente el publicista criollo se refera a toda la poblacin negra, incluyendo los libertos que para entonces sumaban 152 838.73 Sera Jos Antonio Saco, quien a partir de los datos recogidos por el historiador espaol Ramn de la Sagra en su Historia econmica de la isla de Cuba, el que dara a esta racionalidad del liberalismo caribeo su formulacin ms plena en varios artculos aparecidos en la Revista Bimestre Cubana de la Sociedad Econmica de Amigos del Pas. En su "Estado de la poblacin blanca y de color de la isla de Cuba en 1839", escrito desde el exilio, Saco retomara la misma premisa de Arango, Varela y Del Monte -evitar que Cuba se convirtiera en otro Hait pero insertndola en la perspectiva del abolicionismo britnico y francs.74

Saco observaba, entre 1835 y 1839, una disminucin considerable en la llegada de buques negreros al puerto de La Habana y en la introduccin y venta de esclavos. Si en 1835, 47 buques haban trasladado 15 424 esclavos a Cuba desde las costas africanas, en 1839, 31 de ellos haban desembarcado menos de 11 000 esclavos en La Habana.75 An as, el aumento de la poblacin negra en Cuba, desde 1775 pareca responder a una tendencia imparable: si en 1775 los negros y los mulatos representaban 44% del total de la poblacin, ya en 1827 componan 57%.76 En un ensayo posterior, La supresin del trfico de esclavos africanos, examinada en relacin a su agricultura y su seguridad (1845), publicado en Pars, Saco regresar al ncleo del planteamiento del reformismo liberal: el fin del comercio de esclavos era indispensable para la seguridad de la poblacin blanca de la isla y para el desarrollo agrcola de esta, fuera del esquema tradicional de la plantacin azucarera esclavista.

Como bien apunta Josep Mara Fradera, la gran obra publicstica del liberalismo criollo cubano, en defensa de la representacin y el autogobierno y a favor de la apertura de la esfera pblica y de la secularizacin de la enseanza, tena como trasfondo sociolgico la reconstruccin de la agricultura y el comercio insulares a partir de las demandas de la industria azucarera y de una clara hegemona demogrfica de los blancos sobre los negros.77 No por casualidad el mencionado escrito de Saco, desde Pars, apareca un ao despus de la rebelin esclava de La Escalera y no desconoca el prolongado ciclo de sublevaciones negras, que se extendi de 1811 a 1844. En esos 30 aos, las principales instituciones coloniales, donde se concentraban los intereses criollos (el Ayuntamiento, el Consulado de Comercio, la Sociedad de Amigos del Pas, la Junta de Fomento) compartieron aquella plataforma liberal.78

Desde mediados de los aos treinta, dicho proyecto recibi el apoyo de la poltica abolicionista britnica, que en Cuba se manifest a travs de las misiones diplomticas del viajero irlands Richard R. Madden, autor del influyente ttulo Twelve Months Residence in the West Indies During the Transition from Slavery to Apprenticeship (1835), y del consul britnico David Turnbull, quien haba participado en la Anti-slavery Convention de Londres, en 1840, y haba publicado ese mismo ao su obra Travels in the West; Cuba, with Notices of Porto Rico, and the Slave Trade, donde se denunciaban las violaciones por parte de Espaa de los tratados de supresin del comercio esclavo firmados con Gran Bretaa. Turnbull, a quien las autoridades coloniales intentaron expulsar, primero de la Sociedad Econmica de Amigos del Pas, y luego de la isla, por su implicacin en la conspiracin de La Escalera, fue defendido con firmeza por el letrado Jos de la Luz y Caballero y por el propio censor de la Real Sociedad Patritica, Manuel Martnez Serrano, quien tambin simpatizaba con el abolicionismo.79

La Conspiracin de la Escalera (1844), en la que estuvieron involucrados ms de 2 000 negros cubanos esclavos o libertos y que fue reprimida con crueldad 78 ejecutados y ms de 1 600 encarcelados, hizo emerger, una vez ms, el espectro de la revolucin haitiana en el imaginario abolicionista.80 La conexin entre el abolicionismo de los reformistas caribeos y peninsulares, a mediados del siglo XIX, reforz an ms, dentro del liberalismo hispnico, la idea de un desmontaje lento y gradual del sistema de plantacin azucarera esclavista, partiendo de una verdadera eliminacin de la trata. La Ley del 2 de mayo de 1845, que penalizaba el comercio esclavo, y el infame Band Negro decretado por Juan Prim y Prats en Puerto Rico, que aseguraba la ejecucin de los esclavos rebeldes, contemplaba castigos de hasta cinco aos de crcel por insultos de palabra o amenazas con palos y piedras y otorgaba a los amos el derecho de aplicar penas de muerte o crcel a sus esclavos se enmarcaban en los lmites de aquel abolicionismo liberal. El abortado intento de promover una legislacin para el abolicionismo gradual en las Cortes Constituyentes de 1855, atribuido a Nicols Mara Rivero y Jos Mara Orense, a pesar del republicanismo de este ltimo, tampoco rebasaba dichos lmites.81

No debera subestimarse lo que esas dos dcadas de reformismo abolicionista implicaron para la formacin de la cultura criolla cubana. Pensando nicamente en la literatura, habra que recordar, con Mercedes Rivas, que fue en ese contexto que comienzan a escribirse las primeras novelas y relatos antiesclavistas: Petrona y Rosala(1838), de Flix Tanco Bosmeniel; la Autobiografa de un esclavo, de Juan Francisco Manzano; Francisco (1941), de Anselmo Surez y Romero; Sab (1841), de Gertrudis Gmez de Avellaneda; El Ranchador (1856) de Pedro Jos Morillas...82 Toda una tradicin de imaginario abolicionista, con su propia pluralidad ideolgica y poltica, que desembocar en la gran novela romntica del siglo XIX caribeo, Cecilia Valds. La loma del Angel (1882), del exiliado y anexionista cubano Cirilo Villaverde, cuya primera edicin apareci en La Habana, en 1839, en la Imprenta Literaria de Lino Valds.83

Una vez ms, quien dara forma intelectual a esa poderosa corriente del reformismo liberal fue el exiliado cubano Jos Antonio Saco. Desde los aos treinta, por lo menos, Saco comenz a reunir documentacin para una historia universal de la esclavitud, que culminara con un anlisis de dicha institucin a mediados del siglo XIX y una propuesta de extincin sucesiva de la misma en el mundo hispnico. Las ideas centrales de Saco sobre el tema fueron apareciendo en la primera edicin de sus Obras (Nueva York, 1853), en su Coleccin de papeles cientficos, histricos y polticos (1858) y otros volmenes. Pero no fue hasta la edicin definitiva de laHistoria de la esclavitud desde los tiempos ms remotos hasta nuestros das (Barcelona, 1875-1877), en tres tomos, y de la Historia de la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo y en especial en los pases Amrico-Hispanos (Barcelona, 1879), en cuatro tomos, que aquella empresa qued concluida.

Como sealara Fernando Ortiz, en la segunda edicin habanera de esta gran obra, Saco era un liberal que pensaba histricamente la esclavitud como una institucin injusta y envilecedora, que deba desaparecer, aunque de manera progresiva y pactada con los amos esclavistas.84 La obsesiva reconstruccin jurdica, econmica, poltica y social del trabajo esclavo desde la antigedad hasta el siglo XIX, en Asia, Africa, Europa y Amrica, emprendida por Saco, tena como motivacin una genuina comprensin de la esclavitud como mal y de sus sujetos como vctimas. Desde el primer prrafo de su monumental libro, esa visin crtica apareca expresada sin la menor ambigedad moral y con el deliberado propsito de ocultar cualquier prejuicio racial o cultural hacia la poblacin africana:

Dos continentes separados por el Atlntico, el uno poco conocido de la Antigedad y el otro del todo ignorado, existieron desde la creacin. En el asunto de que vamos a ocuparnos, tan estrecho es el enlace entre los dos, que es imposible tratar de Amrica prescindiendo de frica. Sin esta jams hubiera el Nuevo Mundo recibido tantos millones de negros esclavizados en el espacio de tres centurias y media, y sin el Nuevo Mundo nunca se hubiera arrancado del suelo africano tan inmensa muchedumbre de vctimas humanas.85

Sin embargo, en la parte final del tercer tomo, cuando Saco analizaba el incremento de la trata esclavista en el Caribe a fines del siglo xvill y el despegue del sistema de plantacin azucarera esclavista, se haca visible el trasfondo liberal de su crtica al comercio esclavista y al incremento de la poblacin negra en el Caribe.86 Dicho trasfondo tena que ver, una vez ms, con la visin de las sublevaciones de esclavos en Jamaica y con las revoluciones de Hait y Guadalupe como "espantosas catstrofes" que deban ser evitadas a toda costa en Cuba y Puerto Rico.87 Dicha perspectiva liberal quedaba ms claramente expuesta, an, en escritos reformistas de Saco sobre su presente colonial y esclavista en el Caribe, como La esclavitud poltica a que las provincias de ultramar fueron condenadas por el gobierno y las Cortes constituyentes en 1837 (1866), escrito mientras representaba a Cuba en la Junta de Informacin de Madrid, o La esclavitud en Cuba y la revolucin en Espaa(1868), texto en el que expona las razones por las que defenda una abolicin gradual de la esclavitud.

La crtica ms resuelta de este abolicionismo liberal no provino de los separatistas cubanos de la generacin de Jos Mart, Manuel Sanguily o Enrique Jos Varona, quienes admiraban profundamente a Saco, sino de los republicanos y autonomistas caribeos que, como los cubanos Rafael Mara de Labra (18401918) y Miguel Figueroa (1851-1893) y el puertorriqueo Julio Vizcarrondo (1829-1889), se aliaron a los abolicionistas peninsulares, partidarios de la revolucin de 1868, y demandaron el fin inmediato de la esclavitud. Vizcarrondo y Labra fundaron en 1864 la Sociedad Abolicionista Espaola e iniciaron una campaa pblica contra la esclavitud en las colonias antillanas, en peridicos como El Abolicionista Espaol, La Propaganda, La Discusin, La Tertulia y El Debate, a la que muy pronto se sumaran importantes intelectuales y polticos peninsulares como Concepcin Arenal, Fernando de Castro, Francisco Giner de los Ros y Emilio Castelar.

Los abolicionistas se incorporaron a la ola revolucionaria y republicana espaola, que se inici en 1868, propiciando algunos avances legislativos y polticos como el clebre discurso de Castelar ante el Congreso, del 20 de junio de 1870, o la Ley Moret, de mayo de ese mismo ao, que conceda la "libertad de vientres", impulsada por el ministro de Ultramar, Segismundo Moret. Desde un punto de vista jurdico, el alcance de aquel abolicionismo tampoco rebas los lmites de la tradicin liberal decimonnica de hecho, la Ley Moret avanzaba slo uno o dos pasos ms all de la propuesta de Garca Herreros en las Cortes de Cdiz, al conceder la libertad a los esclavos mayores de 60 aos y los que se enlistaran en el ejrcito peninsular, pero desde una perspectiva intelectual, especialmente en la obra de Labra, s lleg a suscribir la interpretacin republicana de la doctrina de los derechos naturales del hombre.

En su crtica a Saco, Labra contrapona la posicin "conservadora" del cubano a la "radical" del catlico francs Augustin Cochin, abuelo del historiador conservador del mismo nombre, quien en el cuarto volumen de su libroLabolition de l'esclavage (1861) haba hecho una fuerte impugnacin del 'sistema esclavista sureo de Estados Unidos.88 Segn Labra, la propuesta de Saco de una "emancipacin gradual o a plazos", debido a las dificultades para "indemnizar a los propietarios", a las "perturbaciones que podra provocar una medida violenta y repentina" y a las "resistencias que podran ejercer las Antilllas a un decreto radical de abolicin, intentando o consiguiendo su separacin de la metrpoli", era incorrecta y denotaba un anlisis "de la cuestin de la esclavitud slo desde el lado de la raza caucsica".89

Labra opona a dicha racionalidad racial del liberalismo reformista una propuesta de "abolicin inmediata y simultnea de la esclavitud en las Antillas", basada en una asuncin republicana de los derechos naturales del hombre.90 La indemnizacin, sostena Labra, no poda ser reclamada como un "principio de derecho de los amos", ya que la misma remita, en todo caso, al derecho de propiedad, que era una "convencin social". En cambio, la esclavitud, en tanto anulacin del derecho natural de la libertad, s deba ser considerada dentro del jusnaturalismo de las sociedades civilizadas.91 No es raro que en su vuelta del enfoque republicano, Labra incluyera una revaloracin positiva del legado de Toussaint Louverture, de la revolucin haitiana e, incluso, de la revolucin de la Guadalupe, en tanto revueltas ocasionadas, no por la abolicin como sugera Saco, sino por la ausencia de la libertad natural de los africanos.92

Un tanto injustamente, Labra presentaba a Saco como diputado, por Cuba, a las Cortes de 1836, cuando l saba perfectamente que ningn diputado cubano, puertorriqueo o filipino haba podido desarrollar su labor legislativa. Pero a Labra le interesaba realizar una crtica paralela de la propuesta de "extincin" de la esclavitud de Saco y de su defensa de los derechos de representacin de los criollos de Ultramar en las Cortes madrileas, reiterada en la Junta de Informacin de 1866. Para Labra era sintomtico que Saco llamara "esclavitud" esa negacin de la representacin poltica de los criollos y que demandara su fin inmediato. El fin inmediato de esa "esclavitud", junto al fin mediato de la otra, reflejaba, segn Labra, la subordinacin liberal de la libertad civil de los africano-descendientes a la libertad poltica de los criollos blancos. Para Labra, sin embargo, "la libertad de los negros era inseparable de la libertad de los blancos".93

Luego de refutar la posicin de Saco, Labra se desplazaba a un cuestionamiento radical de los estereotipos sobre la "indulgencia, la aversin al trabajo, la ferocidad de instintos y la incapacidad para recibir cultura social" de la poblacin negra.94 El abolicionista confrontaba las estadsticas de Cuba y Puerto Rico con las peninsulares y demostraba que en Espaa, con menos densidad demogrfica negra, los ndices de delincuencia y criminalidad eran mayores, por lo que las representaciones negativas sobre la moral pblica de los afroantillanos eran insostenibles.95 En escritos posteriores, como La abolicin de la esclavitud en el orden econmico (1873), La brutalidad de los negros (1876) y en su curiosa conferencia, en Madrid, Los hombres del siglo. El negro Santos, de Santo Domingo (Toussaint Louverture) (1880), Labra reiterar su defensa de una abolicin inmediata, refutando a quienes sostenan que la misma afectara econmicamente al imperio y sugiriendo que una medida as ayudara a pacificar la guerra separatista en Cuba.96 Labra no estaba de acuerdo, desde luego, con la independencia de Cuba y Puerto Rico, pero era capaz de suscribir la abolicin de la esclavitud que defendan los separatistas cubanos que se levantaron en armas tras el "Grito Yara" de octubre de 1868.

Es curioso que Labra sostuviera que aquella insurreccin era un cuestionamiento prctico de la tesis de Saco, cuando Carlos Manuel de Cspedes y otros lderes de la misma tenan ideas bastantes parecidas a las del reformista criollo. En el Manifiesto de octubre de 1868, Cspedes haba abogado por una "emancipacin gradual y bajo indemnizacin de la esclavitud".97 Luego, en el Decreto del 27 de diciembre, afirmaba que "Cuba libre era incompatible con Cuba esclavista", pero centraba su legislacin en la incorporacin de los libertos al ejrcito insurrecto.98 En febrero de 1869, los jefes separatistas de Camagey, reunidos en la Asamblea del Centro, volvieron a decretar la abolicin con indemnizacin, ordenando que los libertos que pudieran ser reclutados se incorporaran a las tropas, mientras que los no aptos para la guerra se mantuvieran en el trabajo domstico.99Finalmente la Constitucin de Guimaro (1869), en su artculo 24, estableci que "todos los habitantes de la repblica eran enteramente libres", pero al no legislar expresamente el fin de la esclavitud dio pie a que un posterior "Reglamento de Libertos" preservara el trabajo domstico de los recin liberados.100 Esta oscilante posicin de los lderes separatistas cubanos sobre la abolicin los acercaba ms al reformismo de Saco que al republicanismo de Labra.

El papel de Labra y otros republicanos de su generacin en la promulgacin de la Ley de Abolicin de la Esclavitud para Puerto Rico, en 1873, de la Ley del Patronato de 1880, que contemplaba una limitacin de ocho aos de la libertad de los ex esclavos, y de la abolicin definitiva de la esclavitud en las Antillas, en 1886, fue determinante. A pesar de que durante el periodo de radicalizacin republicana Labra no abandon nunca el autonomismo, su opinin sobre las guerras de independencia en Cuba y Puerto Rico y del separatismo de los criollos, negros y mulatos de ambas islas no fue tan beligerante como la de otros autonomistas caribeos. El hecho de que aquellos republicanos hayan sido los responsables, en buena medida, de la abolicin definitiva de la esclavitud y que, a la vez, no rebasaran la solucin autonmica a la soberana de las islas caribeas, nos coloca, nuevamente, frente a la vieja ambivalencia gaditana del liberalismo hispnico, denunciada por Jos Mart en su escrito La repblica espaola ante la revolucin cubana (1873): la ambivalencia entre la libertad civil de la ciudadana imperial y la sujecin poltica de las naciones coloniales.

Dicha ambivalencia nos devuelve a las tensiones entre nacin, esclavitud y liberalismo, apuntadas al inicio de este ensayo. Entre 1812 y 1886, uno de los principales dilemas del liberalismo hispnico fue extender constitucional y jurdicamente la doctrina de los derechos naturales del hombre a todos los ciudadanos del imperio, incluidos los nacidos en frica y sus hijos. Como hemos visto aqu, el liberalismo hispnico, tanto en la pennsula como en el Caribe, se resisti a dicha extensin durante ms de 70 aos, hasta que la emergencia de una corriente republicana, en la metrpoli y las colonias, logr trascender los lmites del viejo abolicionismo. Los nuevos abolicionistas republicanos se enfrentaron al abolicionismo liberal con el argumento de que la propiedad de esclavos era un derecho civil, no natural, y por tanto embargable, principio al que apelaron tanto los jacobinos negros de Hait como los liberales anticlericales de Hispanoamrica. Esos republicanos, sin embargo, a la vez que subordinaban el derecho de propiedad al de la libertad, mantenan la preeminencia de la libertad civil de los esclavos sobre la libertad poltica de las naciones. La solucin autonmica era conciliable con la universalidad masculina de los derechos naturales del hombre pero no con el surgimiento de naciones poscoloniales en el Caribe.

 

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Notas

1 Bentham, Antologa, 1991, pp. 45-54, 109-158 y 257.

2 Ibid., p. 258.

3 Chesterton, Juicio, 2009, pp. 26-34.

4 Rodrguez, Cuestin, 1989, pp. 35-57, y Rodrguez, "William', 1994, pp. 201-244.

5 LosurdoLiberalism, 2011.

6 Ibid, pp. 1-66.

7 Para una caracterizacin general del liberalismo hispnico y latinoamericano en el siglo XIX vase Brea,Primer, 2006, y Jajsic y Posada (eds.), Liberalismo, 2011.

8 Jefferson, Declaracin, 2009, p. 59, y Tena (ed.), Leyes, 1964, p. 31. Vase tambin, ArmitageDeclaration,2008.

9 Fernndez (ed.), Constitucin, 2010, p. 90.

10 Ibid., pp. 90 y 94.

11 Ibid., pp. 96-97.

12 Labra, Amrica, 1914, p. 128. Vase tambin Piqueras, "Poltica", 2002, pp. 465-483, y Hernndez, "Cortes", 1985, pp. 15-22.

13 Ibid., pp. 128-129.

14 Ibid, p. 129.

15 Diario, 1870-1874, vol. II, pp. 811-813.

16 Ibid., p. 813.

17 Ibid., pp. 811 y 812.

18 Ibid., p. 812.

19 Ibid.

20 WaldstreicherSlavery, 2009, pp. 107-152.

21 Drescher, "Limits", 2001, pp. 10-14.

22 Blackburn, "Force", 2001, pp. 15-22, y Childs, "Black", 2001, pp. 135-156.

23 AntillnDisertacin, 1811, p. 3. Agradezco al historiador peninsular Jos Mara Portillo el contacto con este raro tratado.

24 Ibid., p. 70.

25 Ibid, pp. 78-79 y 84.

26 Ibid, p. 71.

27 Ibid., pp. 47-48.

28 Ibid, p. 74.

29 PocockMomento, 2002, pp. 559-606; Bjar, Corazn, 2000, pp. 127-136; PettitRepublicanismo, 1999, p. 180, y DaggerCivic, 1997, pp. 104-108.

30 DuboisAvengers, 2004.

31 James, Jacobinos, 2003, pp. 17-19.

32 Ibid., pp. 96-97.

33 Vase GerbiDisputa, I960, pp. 42-47.

34 DuboisAvengers, 2004, pp. 152-170 y 209230. Vase tambin Dubois y GarrigusSlave, 2006.

35 DuboisAvengers, 2004, pp. 215-220.

36 GardaCortes, 1998, pp. 182-192.

37 Bolvar, "Discurso", 1986, p. 6..Vase tambin Mezilas, "Revolucin", 2010, pp. 1-11, y Gmez, "Revolucin", 2006, pp. 1-10.

38 Franco, Ensayos, 1980, pp. 12-30; Charles, Pensamiento, 1985, pp. 36-62

39 Para un debate contemporneo sobre la idea limitada del derecho de propiedad en la tradicin republicana vase PurdyMeaning, 2010, pp. 44-66 y 87-114.

40 FehrRevolucin, 1989, pp. 64-80.

41 RobespierreVirtud, 2010, p. 158.

42 Ibid.

43 Ibid.

44 GilroyBlack, 1993, pp. 1-40.

45 Buck-MorssHegel, 2009, pp. 21-78.

46 Hegel, Fenomenologa, 2000, pp. 117-121.

47 TrouillotSilencing, 1995, pp. 1-30.

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53 Franco (ed.), Documentos, 1954, pp. 5-63.

54 Ibid., p. 69.

55 Ibid., pp. 69-70.

56 Ibid., pp. 117-122.

57 Ibid., pp. 123-124.

58 Ibid., pp. 233-237.

59 Ibid., pp. 239-240.

60 Ibid., p. 258.

61 Ibid.

62 Moreno, Ingenio, 1978, t. I, pp. 126-133.

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65 SklodowskaEspectros, 2009, pp. 23-102. Vase tambin Fischer, Modernity, 2004.

66 Saco, Historia, 1938, t. IV, p. 5.

67 Ibid., pp. 9-10.

68 Ibid., p. 12.

69 Varela y Morales, Observaciones, 2008, pp. 1720 y 80. Vase tambin, Porrillo, "Estudio", pp. VII-XL, y Piqueras, Flix, 2007, pp. 46-76.

70 Piqueras, Flix, 2007, pp. 61-76. Vase tambin, Rojas, Repblicas, 2009.

71 Ibid., p. 281.

72 lbid., p. 291.

73 Las estadsticas, 1975, p. 22.

74 Saco, Historia, 1938, p. 32.

75 Bid., p. 33.

76 Ibid., pp. 38-39.

77 FraderaColonias, 2005, pp. 372-438.

78 Saco, Historia, 1938, pp. 87-135.

79 Ibid., pp. 174-194.

80 Morales, Iniciadores, 1931,1.1, pp. 281-338.

81 Labra, Abolicin, 1869, p. 23.

82 Rivas, Literatura, 1990, pp. 25-51.

83 Villaverde, Cecilia, 2005, pp. 5-10.

84 Saco, Historia, 1938, t.I, pp. VI-LXIX. Para dos valoraciones generales de la obra de Saco, vase Lorenzo,Sentido, 1942, y Moreno, Jos, I960.

85 Ibid., pp. 1-2.

86 Ibid., t. m, pp. 173-200.

87 Ibid., t. I, p. LIV.

88 CochinAbolition, 1861, pp. 4-25.

89 Labra, Abolicin, 1869, p. 10.

90 Ibid., p. VI.

91 Ibid, pp. 14-15.

92 Ibid, pp. 17-18.

93 Ibid., p. 35.

94 Ibid., pp. 54-59.

95 Ibid., pp. 60-62.

96 Labra, Abolicin, 1873, pp. VIII-XX.

97 Pichardo, Documentos, 1973, t. I, p. 370. Vase tambin, Ferrer, Insurgent, 1999, pp. 1542.

98 Pichardo, Documentos, pp. 371-372.

99 Ibid., p. 375.

100 Ibid., pp. 380-382.

 

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Directora editorial y/o editor responsable: Dra. Ana María Serna Rodríguez, aserna@mora.edu.mx  Reservas de derechos al uso exclusivo núm.: 04-2014-072511422000-102, ISSN: 0186-0348. ISSN electrónico: 2395-8464. Último número: Año 30, Volumen 31, número 2 (92), mayo-agosto, 2015. Responsable de la coordinación de este número:Yolanda R. Martínez, Madrid 82, col. Del Carmen, Deleg. Coyoacán, México, D.F. C.P.  04100, tel. 5554-8946, ext. 3108, secuencia@mora.edu.mx

Responsable de la última modificación de este número: Francisco Rafael Marín Martínez, frmarin@mora.edu.mx con domicilio en: Madrid 82, col. Del Carmen, Deleg. Coyoacán, México, D.F. C.P.  04100, tel. 5554-8946, ext. 3108. Fecha de última modificación: 07-07-2015

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