La esclavitud liberal. Liberalismo y abolicionismo
en el Caribe hispano
Liberal Slavery. Liberalism and Abolitionism in the Spanish Caribbean
Rafael Rojas
INFORMACIN SOBRE EL AUTOR:
Rafael Rojas. Profesor
e investigador de la Divisin de Historia del Centro de Investigacin y
Docencia Econmicas (CIDE), de la ciudad de Mxico, y del Global Scholar en la Universidad de Princeton. Su ltimo libro es Los
derechos del alma. Ensayos sobre la querella liberal-conservadora en
Hispanoamrica, Taurus, Mxico, 2013.
ABOUT THE AUTHOR:
Rafael Rojas. Professor and researcher of the History Division
at the Centro de Investigacin y Docencia Econmicas
(CIDE), in Mexico City and Global Scholar
at the University of
Princeton. His last book is Los derechos del alma
Ensayos sobre la querella liberal-conservadora en Hispanoamrica, Taurus, Mexico City, 2013.
Fecha de recepcin:
junio de 2011; Fecha de aceptacin: marzo de 2012.
Resumen
Este ensayo propone
una reconstruccin de algunos debates fundamentales sobre la abolicin de la
esclavitud en el Caribe hispano, durante la primera mitad del siglo XIX. El
punto de partida es la revolucin haitiana y la polmica sobre la esclavitud
durante las Cortes de Cdiz; el de llegada es la campaa abolicionista de los
autonomistas y republicanos de Puerto Rico y Cuba en la dcada de I860. El
ensayo sostiene que as como en el mundo continental hispanoamericano la
disputa por los derechos naturales del hombre, a mediados del siglo XIX, se
traduca en trminos del conflicto Estado-Iglesia, en el Caribe colonial, en
cambio, esa misma disputa pasaba por el problema de la trata y la esclavitud.
Palabras
clave: Trata, esclavitud, liberalismo
hispnico, revolucin haitiana, Constitucin de Cdiz, abolicionismo,
autonomismo, republicanismo.
Abstract
This essay proposes a reconstruction of certain fundamental debates on the abolition of slavery in the Spanish Caribbean, during the first
half of the 19th century. It begins
with the Haitian Revolution and the polemic over
slavery in the Cortes de
Cdiz and ends with the abolitionist campaign of the autonomists and Republicans in
Puerto Rico and Cuba in I860. The essay
posits that just as in the Latin American continental world,
die dispute over the
natural rights of man in the mid-19th century translated into the terms of the
State-Church conflict, in the colonial Caribbean, this same dispute involved the problem
of slave trafficking and slavery.
Key
words: Trafficking, slavery, Hispanic liberalism, Haitian Revolution, the Constitution of Cadiz, abolitionism, autonomy and Republicanism.
En Europa, las mejores inteligencias
se pierden cuando quieren descubrir
en ese conjunto de grandes cuestiones
sociales -el proletariado, la propiedad,
el impuesto, etc. un principio superior,
una solucin nica que remedie
todos los males y concierte en armona
superior todos los derechos. En las
Antillas, por el contrario, el problema
social, vario y mltiple en sus partes se
ha concentrado en una sola
institucin: la esclavitud.
Segundo Ruiz Belvis,
Jos Julin Acosta y
Francisco Mariano Quiones,
Junta Informativa de Reformas,
Madrid, 10 de abril de 1867.
La establecida visin
histrica de que el liberalismo decimonnico, y ms especficamente, su
variante utilitaria, gener nuevas formas de limitacin de las soberanas
nacionales y de justificacin de la esclavitud, encuentra en Jeremy Bentham una
formidable refutacin. Bentham, que vindic el "principio de
utilidad" y la deontologa, que consider "falacias" los
derechos del hombre, dirigi a la Convencin francesa el siguiente mensaje:
"emancipad vuestras colonias!"1 Al tratar temas tan hispnicos como la
independencia y la esclavitud, este utilitarista britnico no invoc el
concepto de utilidad sino el de justicia.2
El caso de Bentham
sera suficiente para demandar mayor cautela en las aproximaciones al estudio
de las ideas liberales sobre la nacin y la esclavitud. Con demasiada
frecuencia, la historiografa unifica las visiones atlnticas sobre las
revoluciones americanas: la de las Trece Colonias en 1776, la haitiana en 1791
y las de los viejos reinos hispnicos entre 1808 y 1824. Esa unificacin
historiogrfica recurre, por lo general, al recurso de la ambivalencia: los
liberales habran sido partidarios de la libertad y de la igualdad en Europa,
pero no en Amrica; en Londres y en Pars, pero no en la India, en Irlanda, en
Mxico o en Per.
Una relectura de la
obrilla de teatro de G. K. Chesterton, El juicio del doctor Johnson, sera
suficiente para desestabilizar esos tpicos. Chesterton imaginaba un dilogo
entre personajes histricos, como Edmund Burke, Samuel
Johnson o James Boswell, y personajes ficticios, como
el irlands Ian Mac Lean y el colono de Virginia,
John Swallow Swift, en el que se debatan temas como
la independencia de Estados Unidos, la esclavitud o la soberana irlandesa. Las
posiciones de los personajes eran lo suficientemente diversas como para que Burke defendiera la emancipacin de las colonias
norteamericanas, mientras el doctor Johnson exiga la preservacin de la
integridad territorial del imperio britnico.3
Chesterton exageraba,
desde luego, pero algunas aproximaciones historiogrficas a las visiones sobre
la esclavitud y la independencia americanas, entre ilustrados y liberales
europeos de fines del XVIII y principios del XIX, como la de Carlos Rodrguez
Braun, en su estudio sobre Adam Smith, Jeremy Bentham y la cuestin colonial, o
de Mario Rodrguez, sobre los escritos de James Mill
a propsito de la independencia hispanoamericana, exponen con claridad la
transicin de enfoques imperiales que rechazaban las colonias por
econmicamente irrentables o por simpatas hacia soluciones asimilistas o
autonmicas, como la de Smith, por ejemplo, a perspectivas de franca
identificacin con la solucin republicana, como en el caso de Mili y los
escritos que, bajo el pseudnimo de William Burke,
escribi para la Edinburgh Review entre
1809 y 1811.4
Ante percepciones tan
matizadas y multilaterales, la reciente tesis de Domnico
Losurdo, en Liberalism.
A Counter-History,5parece
refutada avant la lettre. Este
filsofo de la Universidad de Urbino sostiene, a partir de lecturas de Sieys, Constant, Tocqueville,
Stuart Mill y, sobre todo, de documentos de
estadistas del siglo XIX, como los estadunidenses Thomas Jefferson y John C. Calhoun o los britnicos lord Acton
y William Gladstone, que el liberalismo, lejos de una
teora o una prctica de la libertad fue una filosofa jurdica y poltica del
colonialismo y la esclavitud.6 La historia de la eminente tradicin abolicionista
del liberalismo anglosajn o la propia historia del liberalismo y el
republicanismo anticoloniales de Hispanoamrica seran suficientes para arribar
a la conclusin contraria.
En las pginas que
siguen quisiera regresar al tema de las tensiones entre el liberalismo y el
republicanismo con la esclavitud y el colonialismo, en el mundo atlntico, por
medio del recorrido de algunos debates letrados en Hispanoamrica y el Caribe
en la primera mitad del siglo XIX.7 Me detendr, fundamentalmente, en dos
momentos: algunas discusiones sobre el problema de la esclavitud en el mundo
hispnico, entre la revolucin haitiana (1791) y la Constitucin de Cdiz
(1812), y la larga y fecunda polmica sobre la trata esclavista y la abolicin,
en el Caribe hispnico, a mediados de aquel siglo. Por el camino, haremos
algunas sugerencias sobre la conceptualizacin de la nacin y el nacionalismo
en los aos previos y posteriores a la independencia hispanoamericana.
El estudio del debate
sobre la esclavitud en el Caribe permite ilustrar el desencuentro que, entre
1830 y I860, experimentaron el liberalismo hispanoamericano continental y el
reformismo criollo caribeo. Mientras el primero se enfocaba, prioritariamente,
en la instrumentacin de la doctrina de los derechos naturales del hombre, con
el propsito de reducir los cuerpos del antiguo rgimen, el segundo aplicaba
limitadamente la misma doctrina, con el fin de disminuir o eliminar la trata
esclavista, preservando la esclavitud. Este paralelo ayuda, a su vez, a
comprender mejor las identidades y diferencias entre liberalismo y
republicanismo en el mundo hispnico, a mediados del siglo XIX.
La
Revolucin Silenciada
Se ha vuelto lugar
comn, en la historia intelectual y poltica de Hispanoamrica, sealar que, a
diferencia de la Declaration of Independence de
Estados Unidos, las actas de independencia de las nuevas naciones
hispanoamericanas no proponan un registro de derechos fundamentales. Mientras
los colonos norteamericanos reproducan las nociones bsicas del derecho
natural y afirmaban que "todos los hombres son creados iguales" y
poseen "derechos inherentes e inalienables como el derecho a la vida, la
libertad y la bsqueda de felicidad", los criollos hispanoamericanos se
centraban en establecer la "ruptura de la dependencia del trono
espaol" y la "recuperacin del ejercicio de la soberana
usurpada".8
El paralelo se ha
llevado, incluso, hasta la Constitucin de Cdiz de 1812, en la que algunos
historiadores han sealado la ausencia de una dotacin de derechos naturales
del hombre, en contraposicin, por ejemplo, al artculo primero de la
Declaracin del Congreso Continental de Virginia, en 1774, o de la Declaracin
Universal de Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789), en Francia.9 Como bien apuntaron Diego Sevilla
Andrs, Antonio Fernndez Garca y otros constitucionalistas peninsulares,
dicha contraposicin es incorrecta no slo porque una Constitucin es un
documento diferente a una Declaracin de Independencia en la propia
Constitucin estadunidense de 1787 tampoco hay una dotacin de derechos
fundamentales sino porque en la Constitucin de Cdiz, especficamente en los
artculos 4o y 13, s se dotaba a los "ciudadanos
espaoles de ambos hemisferios" de "derechos legtimos" como la
libertad civil, la propiedad, la felicidad y el bienestar.10
Es cierto que la
Constitucin de Cdiz mantuvo la esclavitud y, ni siquiera, reconoci la
ciudadana de los nacidos en frica o sus descendientes, a los cuales las
Cortes podran conceder carta de ciudadana por "servicios calificados a
la patria, talento, aplicacin y conducta", slo en caso de que sus
padres, madres y esposas fueran libertos y poseyeran algn oficio, empresa o
capital propio.11 Sin embargo, el debate que precedi al
artculo 22 de la Constitucin, que garantiz aquella exclusin, no fue
intrascendente, con una notable participacin de diputados americanos y el debate
mismo refleja el avance que desde la revolucin haitiana experimentaban las
ideas abolicionistas en Amrica.
Como recordaba Rafael
Mara de Labra en el clsico Amrica y la Constitucin espaola de 1812 (1914),
desde marzo de 1811 comenz a debatirse la abolicin de la esclavitud en Cdiz,
gracias a una propuesta presentada en sesin secreta por el diputado
tlaxcalteca Jos Miguel Guridi Alcocer, cura de
Tacubaya.12 La argumentacin de Guridi
Alcocer, similar a la del diputado de la Nueva Galicia, el cannigo Jos Simen
de Ura defensor de la ciudadana de las castas durante el debate del artculo
22 de la Constitucin de Cdiz, parta de la suscripcin doctrinal de los
derechos naturales del hombre y de la creciente tendencia abolicionista que se
manifestaba en Francia y Gran Bretaa desde fines del siglo XVIII. Aunque el diputado
novohispano imaginaba un periodo de transicin en el que se suprimira la trata
africana y se liberara a los hijos de esclavos, mientras se mantena a estos
en condicin "servil" "para no perjudicar en sus intereses a
los actuales dueos" su propuesta era claramente abolicionista:
Contrariando la
esclavitud el derecho natural, estando ya proscrita aun por las leyes civiles
de las naciones cultas, pugnando con las mximas liberales de nuestro actual
gobierno, siendo impoltica y desastrosa, de que tenemos funestos y recientes
ejemplares y no pasando de preocupacin su decantada utilidad al servicio de
las fincas de algunos hacendados, debe abolirse enteramente.13
En el trunco debate
que acompa esta propuesta de Guridi Alcocer en
Cdiz, el 2 de abril de 1811, es legible la opaca resonancia de la revolucin
haitiana, de las revoluciones de independencia hispanoamericanas y,
especialmente, del Decreto de Abolicin de la Esclavitud, emitido por el cura
Miguel Hidalgo, el 6 de diciembre de 1810 en Guadalajara. Uno de los primeros
inconvenientes para el buen curso del proyecto de Guridi
Alcocer fue la presentacin, en la misma sesin del 2 de abril de 1811, de otra
propuesta del diputado asturiano, Agustn Arguelles, a favor de la supresin
del comercio de esclavos, la cual estaba contemplada en el primer punto del
proyecto del novohispano.14
Ambas propuestas se
debatieron a la vez, generando la impresin de que el proyecto de Arguelles era
una versin moderada del de Guridi Alcocer. An as, uno y otro fueron remitidos a comisiones, sin que
volvieran a debatirse antes de la presentacin del texto constitucional, en
agosto de 1811, del que fueron excluidos. Las posiciones delineadas en el breve
debate del 2 de abril de ese ao permiten leer, como decamos, las resonancias
de la tradicin abolicionista atlntica en Cdiz. Mientras algunos liberales
americanos y peninsulares, como el quiteo Jos Meja Lequerica,
el castellano Manuel Garca Herreros, los leoneses Juan Nicasio Gallego y
Evaristo Prez Castro, el cataln Felipe Aner de
Esteve y el valenciano Joaqun Lorenzo Villanueva, respaldaban la propuesta de
Arguelles y hasta agregaban a la misma, como en el caso de Garca Herreros, la
"libertad de vientre", es decir, la automtica liberacin de los
hijos de los esclavos incluida en el punto tercero de la propuesta de Guridi Alcocer, los diputados cubanos, especialmente el
habanero Andrs Juregui, con el respaldo o la no oposicin pblica de Juan
Bernardo O'Gavan, vicario general de La Habana, lideraban
el rechazo a ambos proyectos.15
Los defensores del
fin de la trata, como Meja y Aner, apelaban a la
referencia del decreto britnico de supresin del comercio de esclavos, de
1807, antes que a la revolucin haitiana.16 Sin embargo, esta ltima emerga como
referencia negativa en el debate, lo mismo entre partidarios que entre
detractores del trfico negrero. Meja, por ejemplo, atribua la
"precariedad de la existencia de muchas provincias americanas" al
"aumento de la introduccin de eslavos en nmero indefinido" y
Juregui, de un modo ms directo y desde la posicin contraria, aseguraba que
la supresin del comercio esclavista amenazara la "tranquilidad" y
el "sosiego" de la isla de Cuba, territorio no convulsionado por la
independencia hispanoamericana.17
Movimientos demasiado
funestos y conocidos agitan una gran parte de Amrica. Acurdense de la
imprudente conducta de la Asamblea Nacional de Francia, y de los tristes y fatalsimos resultados que produjo, adems de sus
exagerados principios, la ninguna premeditacin y, digo ms, la precipitacin e
inoportunidad con que toc y condujo un negocio semejante.18
A pesar de que los
liberales gaditanos opuestos a la trata insistan en que su referencia no era
la Declaracin de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789) o la abolicin
de la esclavitud en las colonias francesas por la Convencin el 4 de noviembre
de 1794 sino el bill britnico
contra el comercio de esclavos de 1807, el fantasma de la revolucin haitiana
reapareci en Cdiz. Tanto Juregui, de un lado, al hablar de "principios
exagerados", como Argelles, del otro, al argumentar que la
"prohibicin (de la trata) era ms digna de los sbditos de una nacin que
pelea por su libertad e independencia", aludan a la doctrina de los
derechos naturales, cuya premisa fundamental era que los hombres nacan libres
e iguales ante la ley.19 Para el habanero Juregui, dicha premisa no
era aplicable a todos los hombres.
El dilema, que se
haba planteado en toda su crudeza durante la revolucin de independencia de
Estados Unidos, reproduca la tensin entre dos derechos naturales, la libertad
y la propiedad, y a la vez dilataba las fronteras entre la libertad civil y la
libertad poltica. Para los criollos habaneros, hacendados azucareros o
traficantes de esclavos lo mismo que para los colonos sureos de Estados
Unidos el derecho a la propiedad relativizaba el derecho a la libertad, de la
misma manera que la libertad poltica de los blancos e, incluso, la
independencia de la nueva nacin, acotaban la libertad civil de los negros. La
opacidad o la invisibilidad del referente de la revolucin haitiana, dentro del
propio abolicionismo hispanoamericano, no slo tena que ver con la crtica
liberal al jacobinismo negro sino, como ha observado David Waldstreicher,
con la necesidad de articular el constitucionalismo con la esclavitud.20
Con frecuencia, la
historiografa centra la lectura de la revolucin haitiana que hizo el
liberalismo hispnico en el rechazo al jacobinismo negro. Es evidente que una
porcin considerable de las elites liberales y republicanas, que respaldaron el
constitucionalismo gaditano o las propias independencias hispanoamericanas,
vieron en la revolucin haitiana un ejemplo negativo, en el que la ruptura del
pacto colonial se daba acompaada de una inversin de la pirmide social y de
un derroche de violencia racial y poltica.21 No es menos cierto, sin embargo,
como advierte Robin Blackburn, que la revolucin
haitiana dio un impulso notable a movimientos pacficos a favor de la abolicin
de la trata y la esclavitud, como los que impulsaron, en Gran Bretaa, la
comunidad cuquera, Thomas Clarkson, William Wilberforce y el Committee for the Abolition
of Slave Trade, que logr el bill de
1807, o a rebeliones antiesclavistas como la de Jos Antonio Aponte en Cuba,
entre 1811 y 1812.22
No falt, de hecho,
en el contexto del liberalismo gaditano, alguna voz que demandara la abolicin
de la trata y de la esclavitud a partir de las mismas premisas que el abolicionismo
britnico hizo suyas luego de la revolucin haitiana. El oidor de la Audiencia
de Mallorca, Isidoro de Antilln, diputado a las
Cortes de Cdiz por Aragn, escribi una Disertacin sobre el origen de
la esclavitud de los negros, que ley en la Real Academia de Derecho
Espaol, en 1802!, y que se edit en 1811, luego del debate del 2 de abril de
ese ao en las Cortes. All Antilln defenda el fin
de la trata y de la institucin esclavista en nombre del derecho natural:
"el derecho de gozar de su trabajo, de disponer de su persona, de escoger
el gnero de ocupacin ms conveniente, el derecho de existir
polticamente".23
Antilln cuestionaba a la tradicin ilustrada del siglo
XVIII, con Montesquieu a la cabeza, por la incongruencia de haber defendido, a
la vez, los derechos naturales del hombre y la esclavitud de la poblacin
africana. Cuando la naturaleza, "sabia legisladora del gnero
humano", haba "esculpido en el corazn de los hombres el inviolable
principio de la libertad y la igualdad, derechos que no se alteran o disminuyen
segn la diversidad de colores".24 Llama la atencin que aunque Antilln citara ampliamente las Letters
on the Slave Trade de Clarkson y que,
como este y otros abolicionistas britnicos, contemplara una abolicin gradual,
con indemnizacin adecuada para los dueos de esclavos y hasta un sistema de
"sometimiento de estos a las leyes", por medio de la educacin, la
concesin de tierras y la "servidumbre domstica", no considerara a
los negros "brbaros", desde un punto de vista cultural o moral, sino
diferentes, desde una perspectiva anatmica.25 El color negro, segn Antilln, slo reflejaba la posesin de una "crasa
sustancia gelatinosa, que media entre el epidermio y
la piel, provocada por el exceso de calor".26
Tanto en el abandono
del tpico ilustrado de la inferioridad cultural o moral de la poblacin
africana como en su visin de la revolucin haitiana, Antilln
se separaba de las corrientes hegemnicas del abolicionismo atlntico.27 La sublevacin de los esclavos de
Santo Domingo, en 1791, que dio origen a aquella gesta, le pareca a este
liberal gaditano un elemental acto de justicia: "si los excluidos componen
un nmero suficiente para pedir satisfaccin, es de presumir que no sufrirn
siempre con tranquilidad una injusticia semejante".28 El trasfondo de esta rara imagen
legtima de la revolucin haitiana, en una zona minoritaria del liberalismo
gaditano, tal vez tenga que ver con algunas aproximaciones al republicanismo,
desde las tradiciones neoescolsticas espaolas, en
las que se aceptaba el derecho a la rebelin contra el absolutismo y, a la vez,
no se consagraba jerarqua alguna entre los derechos naturales del hombre.
Buena parte del
rechazo al jacobinismo francs y ms all de la mentalidad racista
predominante al jacobinismo negro haitiano, dentro del liberalismo atlntico,
tena que ver con la idea liberal de que el derecho a la propiedad era tan
natural, sagrado e inviolable como el de la libertad o la igualdad. Algunos
estudiosos de la tradicin republicana, como J. G. A. Pocock,
Philip Pettit, Helena Bjar y Richard Dagger, han sealado que un punto de desencuentro entre
liberalismo y republicanismo sera la contraposicin entre comercio y virtud y
la idea limitada del derecho de propiedad defendidos por el segundo.29 La revolucin haitiana y la
originaria inspiracin jacobina de sus principales lderes negros (Toussaint Louverture, Henri Christophe, Jean Jacques Dessalines)
o mulatos (Andr Rigaud, Alexandre Ption, Jean Pierre Boyer), con
independencia de la evolucin ideolgica posterior de cada uno, represent para
muchos de sus contemporneos hispnicos el mejor ejemplo de una radicalizacin
republicana del liberalismo atlntico.
Es ese momento en que
la propiedad y, especficamente, la propiedad de esclavos, deja de ser un
derecho natural y pasa a ser un derecho civil, limitable o embargable por el
poder pblico, el que condensa la radicalidad de la revolucin haitiana. Una
legendaria tradicin historiogrfica, que arranca con The
Black Jacobins (1938) de C. L. R. James y
desemboca en Avengers of the New World (2004)30 del profesor de Duke University, Laurent Dubois, confirma la peculiaridad de una revolucin
atlntica que, entre 1791 y 1804 y coincidiendo con la francesa, la
norteamericana y las hispnicas, destruye, a la vez, el pacto colonial y el
rgimen esclavista y funda un nuevo orden republicano y liberal que recompone
el sistema de propiedad del antiguo rgimen. Ninguna otra revolucin, entre
fines del XVIII y principios del XIX, produjo un cambio tan profundo.
James narraba con
inocultable admiracin aquella epopeya protagonizada por 200 000 esclavos que,
en doce aos, liberaron a 500 000 negros, derrocaron a los ejrcitos borbnicos
de Francia y Espaa y resistieron dos expediciones de Gran Bretaa y el imperio
napolenico, compuestas por 60 000 hombres cada una.31 Para el marxista trinitario, el
lder que mejor personificaba aquella revolucin era Toussaint
Louverture. Segn James, el caso de Toussaint un esclavo de una estancia ganadera que haba aprendido
a leer y a escribir y que, a sus 45 aos (luego de cuidadosas lecturas de los Comentarios de
Julio Csar y de los cuatro volmenes de la influyente Histoire
Philosophique et Politique
des Etablissements et du Commerce des Europes dans les deux Indes (1770) del
abate Guillaume Thomas Raynal, ilustrado jesuta que denunci el colonialismo y la esclavitud
europeos en Amrica) encabeza una insurgencia antiesclavista y anticolonial en
el Caribe era el mejor emblema de la emancipacin latinoamericana.32
Raynal, que fue tambin lectura decisiva para Robespierre y Bolvar, era el tipo de fuente ilustrada que
contribua a vertebrar el imaginario poltico del republicanismo y el
jacobinismo atlnticos. Para Toussaint o Bolvar lo
decisivo en esas lecturas no eran los prejuicios o estereotipos del abate
francs y de otros americanistas ilustrados, como Buffon,
Marmontel, Robertson o de Pauw,
sobre la flora, la fauna, las costumbres, la "decrepitud" o la "impubertad" de los habitantes del Nuevo Mundo, sino la
crtica a la Inquisicin y la esclavitud, al colonialismo y la plantacin.33 Es en esas lecturas y en el
involucramiento en el proceso mismo de la revolucin francesa, donde Toussaint llega a la conviccin de que la independencia de
Hait debe ir unida a una destruccin del sistema de plantacin azucarera y
esclavista.
En sus proclamas y
documentos, Toussaint insista siempre en defender la
equivalencia de los conceptos de "libertad" e "igualdad",
en contra de las corrientes ms moderadas de la revolucin francesa. Dicha
equivalencia, como bien seala Laurent Dubois,
estableca para los jacobinos negros, por lo menos, tres premisas con las que
simpatizaba el jacobinismo francs: la abolicin de la esclavitud, la supresin
de los fueros y privilegios del antiguo rgimen y la limitacin de las grandes
propiedades privadas o eclesisticas.34Entre 1789 y 1794, los lderes haitianos observaron
cmo las posiciones moderadas de Brissot y la
Sociedad de Amigos de los Negros eran rebasadas por actitudes ms radicales, en
relacin con la esclavitud en las Antillas, como las del abate Grgoire, Robespierre, Dupont de Nemours y el colono Moreau de
Saint-Mry, quienes desde 1791 defendan la
"libertad de vientre".35
Cuando en 1792 la
Asamblea Legislativa decreta la igualdad de derechos polticos entre negros y
blancos libres y, sobre todo, cuando el 4 de febrero de 1794 la Convencin
decreta, a solicitud del abate Grgoire, la abolicin
de la esclavitud en las colonias francesas, los jacobinos negros ven la confirmacin
de que la causa por la que luchaban desde haca tres aos tambin era defendida
por los lderes ms radicales de la revolucin francesa. Desde entonces ya ser
imposible para esos jacobinos negros distinguir entre la "libertad
poltica" de la nacin y la "libertad civil" de todos los
ciudadanos, tal y como se acostumbraba en el lenguaje del liberalismo gaditano
e hispnico hasta mediados del siglo XIX.36 Es por ello que el restablecimiento de la
esclavitud por Napolen, en 1802, lejos de sofocar la revolucin haitiana atiz
su ebullicin, como se evidenciara con la derrota de Leclere
y la secuela revolucionaria en las otras colonias francesas de las Antillas.
Al defender una idea
limitada de la propiedad, en tanto derecho civil o no natural, el jacobinismo
negro se coloc ms all del liberalismo atlntico. Los propios lderes del
primer republicanismo hispanoamericano, como puede leerse en los decretos de
abolicin de la trata o de la esclavitud casi todos graduales o parciales,
como el ya citado de Guadalajara y el de Chile, en 1811, el de Buenos Aires, en
1813, el de Simn Bolvar en 1816, el de la Constitucin Argentina de 1817 o el
peruano de 1821, defendieron el fin de la esclavitud, no a partir de una
aplicacin radical de la doctrina de los derechos naturales, sino de la
necesidad de crear ejrcitos insurgentes.
El mismo Simn
Bolvar, como es sabido, tuvo hasta 1816 una posicin ambivalente sobre la
esclavitud, ms cercana a la tradicin abolicionista britnica que al
jacobinismo francs o haitiano. Ms all del respaldo determinante que le
brind Ption, luego de la contraofensiva realista de
1814, y de la amistad con que lo distingui Boyer, el
legado poltico de la revolucin haitiana que ms valor Bolvar, durante el
proceso de constitucin de las nuevas repblicas hispanoamericanas, est
relacionado con instituciones como la presidencia vitalicia y el senado
hereditario, que trasplant del sistema poltico haitiano -el "ms
democrtico del mundo", a su juicio a la Constitucin de Bolivia de 1826.37
La subordinacin del
derecho civil de propiedad a los derechos naturales de la libertad y la
igualdad no slo garantiz el contenido antiesclavista del jacobinismo haitiano
sino que cre uno de los referentes ideolgicos ms persistentes del
nacionalismo agrario caribeo y latinoamericano de los dos ltimos siglos.38 Es en este sentido que puede
afirmarse que el debate sobre los derechos naturales del hombre, en el siglo
XIX, tiene en la revolucin haitiana un hito fundacional, cuya radicalidad lo
vuelve, de algn modo, paradigmtico o inalcanzable.39 La esencia del jacobinismo,
estudiada por Ferenc Fehr
en La revolucin congelada (1989), se manifiesta ms
claramente en la veloz transformacin de medio milln de esclavos antillanos en
ciudadanos propietarios de una nueva repblica que en el "terror"
parisino del 93.40
Si dicha esencia
tiene que ver con la instauracin acelerada de una "repblica de la
virtud" por medio de mecanismos autoritarios de desjerarquizacin
social, entonces la vuelta de tuerca a la Declaracin Universal de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano (1789), que propuso Robespierre
en la Convencin, en abril de 1793, sera uno de sus documentos bsicos. All Robespierre propona entender la propiedad como un derecho
civil, no natural: "la propiedad es el derecho que tiene cada ciudadano a
gozar y disponer de la porcin de los bienes que le garantiza la ley".41Y ms adelante sealaba que dicho
derecho estaba "limitado" por la obligacin de respetar los derechos
de los dems y que no poda "perjudicar la seguridad, la libertad y la
existencia de nuestros semejantes".42 Finalmente, agregaba en alusin directa a la
trata africana, que "todo comercio que viole ese principio es
esencialmente ilcito e inmoral".43 A partir de pasajes como estos, autores como
Paul Gilroy han destacado el poco reconocido papel
que la revolucin haitiana tuvo en la radicalizacin del republicanismo
atlntico.44
Esa dimensin
paradigmtica del jacobinismo negro, dentro de la tradicin republicana, fue la
que llam la atencin de Susan Buck-Morss
al explorar las posible referencialidad haitiana durante el proceso de
escritura de la Fenomenologa del espritu (1807) de Hegel, en
Jena, a principios del siglo XIX. A Buck-Morss le
llamaba la atencin el "silencio hegeliano" sobre la revolucin
haitiana, cuando ese evento, que el filsofo sigui por la prensa alemana y
francesa, lo haba ayudado a formular su teora sobre la dialctica del amo y
el esclavo.45Hegel, lector de Adam Smith quien a su vez ley a Raynal y sigui la descripcin del sistema colonial
americano de este ltimo, transcriba filosficamente el proceso de la
revolucin haitiana cuando hablaba del paso del temor al amo, como
"verdad" de la "conciencia servil", al trabajo libre y a la
"formacin cultural" de un "sentido propio".46
Sin embargo, la Fenomenologa
del espritu, texto bsico del proceso intelectual que acompa la
transicin de las monarquas absolutas al Estado liberal en la primera mitad
del siglo XIX, borraba la referencia haitiana. La razn de ese silenciamiento,
tambin estudiada por Michel-Rolph Trouillot, tena que ver con el propio miedo del
liberalismo atlntico al jacobinismo negro y con la desafiante reformulacin
que este ltimo logr de la doctrina de los derechos naturales del hombre.47 El repliegue del liberalismo
hispnico, en la pennsula y en el Caribe, sobre las demandas de abolicin de
la trata y preservacin de la esclavitud, que observaremos a partir de los aos
treinta del siglo XIX, ser, en buena medida, una reaccin a ese miedo.
Fueron raros, como
veremos, los lderes criollos cubanos y puertorriqueos que reclamaron para s
el legado de la revolucin haitiana en el siglo XIX. Que reformistas y
autonomistas no lo hicieran es lgico, pero que los propios lderes
separatistas no se inscribieran en esa tradicin es seal de la fuerza del antijacobinismo y de las ambivalencias ante la realidad de
la esclavitud de los liberales e, incluso, los republicanos caribeos hasta las
ltimas dcadas del siglo XIX. La herencia de la revolucin haitiana fue
asumida por lderes negros y mulatos como los cubanos Jos Antonio Aponte, a
principios de ese siglo, o Antonio Maceo, a fines del mismo, pero, sobre todo,
por quien sera, tal vez, el republicano del Caribe hispano que ms debi a la
gesta de los jacobinos negros: el puertorriqueo Ramn Emetrio
Betances (1812-1898).
Marcado fuertemente
por las ideas de la revolucin francesa de 1848 estudi el bachillerato en
Toulouse en los aos cuarenta y luego se doctor en medicina en Pars, Betances conect desde muy temprano la lucha por la
abolicin de la esclavitud y por las independencias de Cuba y Puerto Rico con
el antecedente de la revolucin haitiana y con el movimiento abolicionista del
norte de Estados Unidos. Dos de sus primeras publicaciones fueron la traduccin
de un discurso del abogado abolicionista norteamericano, Wendell
Philips, en homenaje a Toussaint Louverture,
y su conocido Ensayo sobre Alejandro Ption (1870),
dedicado a los separatistas cubanos y puertorriqueos, que se haban levantado
en armas en Lares y Yara, en 1868.48
La historia
intelectual caribea no ha reparado lo suficiente en la bifurcacin que se
produce, a la altura de 1867, entre las elites reformistas cubanas y
puertorriqueas, cuando estas ltimas proponen la abolicin definitiva de la
esclavitud, con o sin indemnizacin, en la Junta de Informacin de Madrid.49 Mientras los cubanos (Jos
Antonio Saco, el conde Pozos Dulces, Nicols Azcrate,
Jos Luis Alfonso, Jos Antonio Echevarra, Toms Terry, Calixto Bernai y Jos Morales Lemus, entre otros) se concentraban
en la demanda del fin de la trata, los puertorriqueos (Segundo Ruiz Belvis,
Jos Julin Acosta y Francisco Mariano Quiones) defendan la abolicin
"inmediata y radical" con el argumento de que la isla Puerto Rico
tena derecho a ser escuchada, con independencia de Cuba, cuya riqueza
azucarera, poblacin blanca y suma de intereses criollos y peninsulares eran
utilizados como argumentos para preservar la esclavitud en las Antillas.50
Los
lmites del abolicionismo
El liberalismo
hispnico se vio estremecido por la revolucin haitiana en su frontera ms
prxima: el Caribe. No se entiende la historia caribea de la primera mitad del
siglo XIX sin esa revolucin y sin la repblica que la sucedi, la cual lleg a
ejercer una considerable hegemona regional hasta los aos treinta. Bajo las
presidencias de Alexandre Ption (1807-1818) y Jean
Pierre Boyer (1818-1843), la repblica haitiana
impulso las independencias hispanoamericanas y, en alianza con Mxico y
Colombia, lleg a contener los intentos de reconquista de Femando VII y la
Santa Alianza hasta 1833. La ocupacin de la parte oriental de la isla,
independizada de Espaa en 1821 por el movimiento liberal de Jos Nez de
Cceres, la liberacin, tambin all, de medio milln de esclavos, la
emigracin hacia Cuba y, en menor medida, hacia Puerto Rico, de cientos de
plantadores azucareros y cafetaleros, el incremento de la trata y de la
produccin azucarera en estas islas y el aliento a las sublevaciones esclavas,
que arrancan con la de Jos Antonio Aponte en Cuba, en 1812, fueron algunos de
los impactos ms visibles de la revolucin haitiana en el Caribe hispnico.51
Hay otra dimensin,
sin embargo, de las consecuencias de la revolucin haitiana para el Caribe
hispnico que tiene que ver con la historia intelectual de la esclavitud y el
liberalismo y que podra asociarse con lo que la historiadora Ada Ferrer ha
llamado el "miedo a Hait".52 Un miedo que refleja todo tipo de aprensiones
raciales, polticas e ideolgicas por parte de las elites peninsulares y
criollas, desde las asociadas con el rechazo al fin de la esclavitud, sostn de
la plantacin azucarera, hasta las proclives a la reduccin o abolicin de la
trata por temor a que el incremento de la poblacin esclava y negra reprodujera
el escenario haitiano en Cuba o Puerto Rico. En los documentos sobre la
revolucin haitiana, reunidos por el historiador Jos Luciano Franco en el
Archivo Nacional de Cuba, y glosados por Ferrer, puede leerse el repliegue del
liberalismo hispnico en relacin con la esclavitud, que marcar la historia
intelectual peninsular y caribea hasta mediados del siglo XIX.53
Desde los gobiernos
de Luis de las Casas y el marqus de Someruelos, en
la Capitana General de Cuba, la revolucin haitiana fue percibida como una
catstrofe. El debilitamiento de Francia en el Caribe, que la misma generaba,
no era visto por los funcionarios borbnicos de Cuba y Puerto Rico, leales al
pacto de familia, como un mal menor. En el verano de 1791 algunos de esos
funcionarios se hacan eco de las terribles visiones de los plantadores
franceses y criollos que auguraban que la "revolucin de esclavos iba a
sepultar en el olvido tal vez para siempre esa preciosa parte del imperio"
y que la "sangre de los cultivadores iba regar la tierra que su sudor hizo
frtil".54 Al comprobar que "ms de doscientas
haciendas de azcar haban sido incendiadas", que "sus dueos haban
sido despedazados", que "un nmero inmenso de cafeteras era tambin
materia del furor de las llamas" y que "los negros han ganado las
montaas y el hierro y el fuego est con ellos", los hacendados haitianos
"imploraban los socorros de la Espaa y de otros insulares vecinos".55
En 1799, bajo el
gobierno del marqus de Someruelos, la Capitana
General comenz a monitorear incidencias de la revolucin haitiana, como el
conflicto entre Toussaint y otros lderes
revolucionarios como Rigaud y Moise,
el restablecimiento del catolicismo como religin oficial, la traicin del
general Lecrerc y el arresto y envo de Louverture a Francia en el verano de 1802, donde morira al
ao siguiente en el castillo de Fort de Joux.56 El gobernador de La Habana lleg
a recibir un informe secreto, sumamente detallado, sobre la revolucin
haitiana, redactado por el agente Dubois, en el que
se afirmaba que Toussaint, "aunque muy ignorante
y apenas salido de la esclavitud", actuaba como "dueo, dspota y
tirano" y estaba dominado por pasiones como "el orgullo, la
insaciabilidad, la ambicin llevada hasta la atrocidad, pero cubierto de un
ligero velo de hipocresa".57
Tras la cada de Toussaint, el marqus de Someruelos
encomend al oidor del Ayuntamiento de La Habana y sndico del Real Consulado,
Francisco de Arango y Parreo (1765-1837), que se trasladase primero a Gurico,
Venezuela, y luego a Puerto Prncipe, para tratar temas relacionados con
reclamaciones espaolas, aranceles, contrabando y leyes de navegacin y puertos
con los jefes franceses y haitianos. En "instruccin reservada", Someruelos pidi a Arango que, adems de negociar,
averiguara cul era el estado de "tranquilidad o alteracin" de la
poblacin "blanca", de la agricultura y el comercio y cul era la
correlacin de fuerzas entre los ejrcitos napolenico y haitiano.58 Arango, tal vez el letrado
criollo de mayor prestigio en su generacin, redact un informe que, de algn
modo, marcara la pauta para el posicionamiento del liberalismo hispnico
frente a la revolucin haitiana:
La pluma se me cae de
vergenza, cuando trato de comenzar la triste pintura que en la actualidad
puede hacerse de la que era poco hace la ms floreciente y rica colonia del
orbe. La parte francesa de Santo Domingo que en el ao 1788, con una poblacin
de 38 000 a 40 000 blancos, 28 000 libres de color y 450 000 esclavos de todos
sexos; tena en movimiento 793 ingenios de azcar, 3 107 cafetales, 3 150
aileras, 799 algodoneras, 69 cacaotales, 153
alambiques, 61 tejares, 313 hornos de cal y 3 teneras; esa colonia, digo, que
sin contar can su comercio directo al extranjero,
reciba de su nacin 138 624 toneladas y 54 568 000 libras, y remita en frutos
el valor de 175 990 000 libras, puede decirse que hoy se halla reducida a la
nada; pues, exceptuando el partido de Cul-de-Sac para azcar, y los de Grand-Bois y Jeremas para caf,
todo lo dems, despus de haber sido incendiado y arrasado, est en posesin de
los rebeldes.59
Desde entonces Arango
y la mayora de los letrados y estadistas criollos del liberalismo caribeo se
propondran no ser Hait: evitar que un proyecto como el de los jacobinos
negros triunfase en Cuba o en Puerto Rico Cmo lograrlo? Arango reiteraba en
el informe de su Comisin en Santo Domingo (1803) dos medidas esbozadas entre
su Discurso sobre la agricultura en La Habana en medios de fomentarla (1792) y
la Representacin del Real Consulado a Carlos IV (1799), que permitiran
impedir que "se repita en Cuba la catstrofe de Santo Domingo": 1)
reconocer la independencia de Hait o, por lo menos, contribuir a que Francia
la reconozca; 2) aumentar la poblacin blanca, sobre todo, en la parte oriental
de Cuba, incentivando la inmigracin de colonos dominicanos y franceses y
flexibilizando la poltica fiscal.60 Arango resumir dicha estrategia con un
epigrama: "en el aumento de blancos y en nuestra separacin de los
rebeldes de Santo Domingo consiste nuestra seguridad".61
El objetivo de evitar
otro Hait en el Caribe ser una finalidad constante del liberalismo hispnico
durante la primera mitad del siglo XIX. Una finalidad que se buscar a travs
de diversas tcticas o medios polticos y que se defender desde distintos
referentes doctrinales y discursivos. En la propia obra reformista de Arango es
observable, a mediados de los veinte y principios de los treinta, un cambio de
posicin respecto a la trata esclavista que responde, sin embargo, a la misma
finalidad trazada en 1803. Ya en el periodo final del reinado de Fernando VII,
Arango constataba que buena parte de sus recomendaciones a la corona se haban
tenido en cuenta y que, como consecuencia de las mismas, en Cuba se haba
producido el boom azucarero estudiado por Manuel Moreno
Fraginals.62
En textos del periodo
absolutista o gaditano, Arango defendi el incremento del comercio de esclavos,
la "absoluta libertad en la introduccin de negros" y la
"propagacin de la especie negra en la isla" y se opuso a la
"falta de brazos en las haciendas, especialmente en los ingenios" y a
la "escasez de hembras esclavas".63 Sin embargo, desde 1825, ao en
que se produce una rebelin de esclavos que ha sido estudiada por Manuel
Barcia, el liberal criollo comienza a reconsiderar la conveniencia de mantener
el ritmo creciente en el ingreso de africanos a la isla.64Esta transicin entre la defensa y el
rechazo de la trata africana, dentro el liberalismo reformista de mediados del
siglo XIX, permite rastrear en la larga duracin de la historia intelectual el
arraigo que alcanzaron, en la mentalidad de las elites criollas, las
representaciones negativas de la revolucin haitiana y el jacobinismo negro.65
La generacin de
letrados criollos que sucedi a la de Arango, en la que figuraban el sacerdote
Flix Varela (1788-1853), el crtico Domingo del Monte (18041853), el
historiador Jos Antonio Saco (1797-1879) y el filsofo Jos de la Luz y
Caballero (1800-1862), desplaz aquel miedo a Hait hacia los presupuestos del
liberalismo y el abolicionismo atlnticos de mediados del siglo XIX. En los
escritos de aquellos letrados es posible reconstruir los precisos lmites que
adopt la doctrina de los derechos naturales del hombre en el contexto del
avance de los proyectos desamortizadores y secularizadores impulsados por el
liberalismo hispnico desde los aos treinta. Es significativo constatar que
mientras en la pennsula avanzaba la idea de que los bienes del clero eran
civiles, no naturales, y por tanto embargables por el poder pblico, en el
Caribe hispnico se le negaba a los nacidos en frica el derecho natural a la
libertad o la igualdad.
El presbtero Varela,
antes de evolucionar hacia el republicanismo, present en las Cortes de Madrid
del Trienio Liberal un proyecto de "extincin de la esclavitud, atendiendo
a los intereses, de sus propietarios" que, aunque no fue debatido ni
aprobado, permite ilustrar las ambivalencias del liberalismo hispnico frente a
la esclavitud. Varela, como sus antepasados gaditanos, comenzaba enmarcando la
cuestin dentro de la "felicidad de la isla" que, a su juicio, era
voluntad de la "naturaleza".66Aunque Varela avanzaba al demandar ya no el fin de
la trata sino la abolicin de la esclavitud misma, su propuesta preservaba el
centro de la argumentacin de Arango al hablar de un problema de
"seguridad" relacionado con el crecimiento demogrfico de la
poblacin mulata y negra.67 La abolicin era para Varela un "medio
de evitar daos a la poblacin blanca y a la agricultura de la isla",
debido a que la "preponderancia" negra y la dependencia que la
agricultura insular experimentaba de la misma, poda "animar a esos desdichados
a solicitar por la fuerza lo que por justicia se les niega".68
Los lmites del
abolicionismo de Varela, como se desprende de los estudios recientes de Jos
Antonio Piqueras y Jos Mara Portillo Valds, estaban fijados por el propio
liberalismo gaditano. En sus Observaciones sobre la Constitucin
Poltica de la Monarqua Espaola (1820), poco antes de asumir su
representacin en las Cortes de Madrid, el sacerdote habanero apenas discuta
la limitacin de derechos de ciudadana a los "sirvientes domsticos"
y, de la mano de Constant y Montesquieu, sostena la
correspondencia entre "libertad nacional" y "libertad
individual" o entre "independencia poltica" e "igualdad
legal" sin posicionarse a favor del fin de la esclavitud.69 A juzgar por el escaso peso que
el abolicionismo tuvo en la radicalizacin republicana de Varela, mucho de este
"liberalismo prudente", como le llama Piqueras, subsisti en el
exilio neoyorkino del filsofo cubano y se trasmiti a las nuevas generaciones
de letrados insulares.70
Cuando en 1834
comenz el rgimen de "facultades omnmodas" del gobernador Miguel
Tacn, en Cuba, Del Monte y Saco se opusieron firmemente al mismo. El principal
nfasis de las crticas de ambos estaba puesto en el rango excepcional que se
daba a la isla dentro del sistema colonial y, especficamente, dentro del
liberalismo peninsular. Cuba, de acuerdo con una legislacin casustica,
quedaba fuera de los convenios de supresin o limitacin del comercio de
esclavos que Madrid firmaba con Gran Bretaa y, a la vez, sus ciudadanos libres
eran excluidos de las instituciones representativas de la monarqua, como se
evidenciara en el proceso constitucional de 1836. En marzo de este mismo ao,
Del Monte escribi el artculo "La isla de Cuba tal cual est", en el
que defenda al procurador habanero en las Cortes de Madrid, Juan Montalvo y
Castillo, de los ataques que le hiciera la prensa liberal madrilea, por su
oposicin al estatuto excepcional de la isla. El peor efecto de esa condicin
jurdica particular, segn Del Monte, era la "introduccin clandestina y
escandalosa de negros de Africa, protegida por el
gobernador Tacn para oprobio de su nombre y perdicin de la isla":71
Qu han ganado,
pues, los espaoles habitantes en Cuba con que se haya aumentado la poblacin
de la isla, no por haberse ellos reproducido naturalmente, ni por la
inmigracin de otros espaoles o extranjeros de Europa, sino por la
introduccin clandestina de millares de negros de frica? Hoy se calcula que
hay en el territorio de Cuba 1 000 000 de almas, pero de estas, 600 000 son
hombres esclavos, enemigos justamente acrrimos de los 400 000 restantes.72
El clculo
demogrfico de Del Monte era deliberadamente equivocado, ya que segn un censo
posterior, de 1841, el nmero de esclavos en Cuba no era mayor de 437 000, pero
evidentemente el publicista criollo se refera a toda la poblacin negra,
incluyendo los libertos que para entonces sumaban 152 838.73 Sera Jos Antonio Saco, quien a
partir de los datos recogidos por el historiador espaol Ramn de la Sagra en su Historia econmica de la isla de Cuba, el
que dara a esta racionalidad del liberalismo caribeo su formulacin ms plena
en varios artculos aparecidos en la Revista Bimestre Cubana de
la Sociedad Econmica de Amigos del Pas. En su "Estado de la poblacin
blanca y de color de la isla de Cuba en 1839", escrito desde el exilio,
Saco retomara la misma premisa de Arango, Varela y Del Monte -evitar que Cuba
se convirtiera en otro Hait pero insertndola en la perspectiva del
abolicionismo britnico y francs.74
Saco observaba, entre
1835 y 1839, una disminucin considerable en la llegada de buques negreros al
puerto de La Habana y en la introduccin y venta de esclavos. Si en 1835, 47
buques haban trasladado 15 424 esclavos a Cuba desde las costas africanas, en 1839,
31 de ellos haban desembarcado menos de 11 000 esclavos en La Habana.75 An
as, el aumento de la poblacin negra en Cuba, desde 1775 pareca responder a
una tendencia imparable: si en 1775 los negros y los mulatos representaban 44%
del total de la poblacin, ya en 1827 componan 57%.76 En un ensayo posterior, La
supresin del trfico de esclavos africanos, examinada en relacin a su
agricultura y su seguridad (1845), publicado en Pars, Saco regresar
al ncleo del planteamiento del reformismo liberal: el fin del comercio de
esclavos era indispensable para la seguridad de la poblacin blanca de la isla
y para el desarrollo agrcola de esta, fuera del esquema tradicional de la
plantacin azucarera esclavista.
Como bien apunta
Josep Mara Fradera, la gran obra publicstica
del liberalismo criollo cubano, en defensa de la representacin y el
autogobierno y a favor de la apertura de la esfera pblica y de la
secularizacin de la enseanza, tena como trasfondo sociolgico la
reconstruccin de la agricultura y el comercio insulares a partir de las
demandas de la industria azucarera y de una clara hegemona demogrfica de los
blancos sobre los negros.77 No por casualidad el mencionado escrito de
Saco, desde Pars, apareca un ao despus de la rebelin esclava de La
Escalera y no desconoca el prolongado ciclo de sublevaciones negras, que se
extendi de 1811 a 1844. En esos 30 aos, las principales instituciones
coloniales, donde se concentraban los intereses criollos (el Ayuntamiento, el
Consulado de Comercio, la Sociedad de Amigos del Pas, la Junta de Fomento)
compartieron aquella plataforma liberal.78
Desde mediados de los
aos treinta, dicho proyecto recibi el apoyo de la poltica abolicionista
britnica, que en Cuba se manifest a travs de las misiones diplomticas del
viajero irlands Richard R. Madden, autor del
influyente ttulo Twelve Months Residence in the West Indies During the Transition from Slavery to Apprenticeship (1835),
y del consul britnico David Turnbull,
quien haba participado en la Anti-slavery Convention de Londres, en 1840, y haba publicado ese mismo
ao su obra Travels in the West; Cuba, with Notices of Porto Rico, and the
Slave Trade, donde se denunciaban las
violaciones por parte de Espaa de los tratados de supresin del comercio
esclavo firmados con Gran Bretaa. Turnbull, a quien
las autoridades coloniales intentaron expulsar, primero de la Sociedad
Econmica de Amigos del Pas, y luego de la isla, por su implicacin en la
conspiracin de La Escalera, fue defendido con firmeza por el letrado Jos de
la Luz y Caballero y por el propio censor de la Real Sociedad Patritica,
Manuel Martnez Serrano, quien tambin simpatizaba con el abolicionismo.79
La Conspiracin de la
Escalera (1844), en la que estuvieron involucrados ms de 2 000 negros cubanos
esclavos o libertos y que fue reprimida con crueldad 78 ejecutados y ms de
1 600 encarcelados, hizo emerger, una vez ms, el espectro de la revolucin
haitiana en el imaginario abolicionista.80 La conexin entre el abolicionismo de los
reformistas caribeos y peninsulares, a mediados del siglo XIX, reforz an
ms, dentro del liberalismo hispnico, la idea de un desmontaje lento y gradual
del sistema de plantacin azucarera esclavista, partiendo de una verdadera
eliminacin de la trata. La Ley del 2 de mayo de 1845, que penalizaba el
comercio esclavo, y el infame Band Negro decretado por Juan Prim y Prats en
Puerto Rico, que aseguraba la ejecucin de los esclavos rebeldes, contemplaba
castigos de hasta cinco aos de crcel por insultos de palabra o amenazas con
palos y piedras y otorgaba a los amos el derecho de aplicar penas de muerte o
crcel a sus esclavos se enmarcaban en los lmites de aquel abolicionismo
liberal. El abortado intento de promover una legislacin para el abolicionismo
gradual en las Cortes Constituyentes de 1855, atribuido a Nicols Mara Rivero
y Jos Mara Orense, a pesar del republicanismo de este ltimo, tampoco
rebasaba dichos lmites.81
No debera
subestimarse lo que esas dos dcadas de reformismo abolicionista implicaron
para la formacin de la cultura criolla cubana. Pensando nicamente en la
literatura, habra que recordar, con Mercedes Rivas, que fue en ese contexto
que comienzan a escribirse las primeras novelas y relatos antiesclavistas: Petrona
y Rosala(1838), de Flix Tanco Bosmeniel; la Autobiografa de un esclavo, de
Juan Francisco Manzano; Francisco (1941), de Anselmo Surez y
Romero; Sab (1841), de Gertrudis
Gmez de Avellaneda; El Ranchador (1856)
de Pedro Jos Morillas...82 Toda una tradicin de imaginario
abolicionista, con su propia pluralidad ideolgica y poltica, que desembocar
en la gran novela romntica del siglo XIX caribeo, Cecilia Valds. La loma del Angel (1882),
del exiliado y anexionista cubano Cirilo Villaverde, cuya primera edicin
apareci en La Habana, en 1839, en la Imprenta Literaria de Lino Valds.83
Una vez ms, quien
dara forma intelectual a esa poderosa corriente del reformismo liberal fue el
exiliado cubano Jos Antonio Saco. Desde los aos treinta, por lo menos, Saco
comenz a reunir documentacin para una historia universal de la esclavitud,
que culminara con un anlisis de dicha institucin a mediados del siglo XIX y
una propuesta de extincin sucesiva de la misma en el mundo hispnico. Las
ideas centrales de Saco sobre el tema fueron apareciendo en la primera edicin
de sus Obras (Nueva York, 1853), en su Coleccin de
papeles cientficos, histricos y polticos (1858) y otros volmenes.
Pero no fue hasta la edicin definitiva de laHistoria
de la esclavitud desde los tiempos ms remotos hasta nuestros das (Barcelona,
1875-1877), en tres tomos, y de la Historia de la esclavitud de la raza
africana en el Nuevo Mundo y en especial en los pases Amrico-Hispanos (Barcelona,
1879), en cuatro tomos, que aquella empresa qued concluida.
Como sealara
Fernando Ortiz, en la segunda edicin habanera de esta gran obra, Saco era un
liberal que pensaba histricamente la esclavitud como una institucin injusta y
envilecedora, que deba desaparecer, aunque de manera progresiva y pactada con
los amos esclavistas.84 La obsesiva reconstruccin jurdica,
econmica, poltica y social del trabajo esclavo desde la antigedad hasta el
siglo XIX, en Asia, Africa, Europa y Amrica,
emprendida por Saco, tena como motivacin una genuina comprensin de la
esclavitud como mal y de sus sujetos como vctimas. Desde el primer prrafo de
su monumental libro, esa visin crtica apareca expresada sin la menor
ambigedad moral y con el deliberado propsito de ocultar cualquier prejuicio
racial o cultural hacia la poblacin africana:
Dos continentes
separados por el Atlntico, el uno poco conocido de la Antigedad y el otro del
todo ignorado, existieron desde la creacin. En el asunto de que vamos a
ocuparnos, tan estrecho es el enlace entre los dos, que es imposible tratar de
Amrica prescindiendo de frica. Sin esta jams hubiera el Nuevo Mundo recibido
tantos millones de negros esclavizados en el espacio de tres centurias y media,
y sin el Nuevo Mundo nunca se hubiera arrancado del suelo africano tan inmensa
muchedumbre de vctimas humanas.85
Sin embargo, en la
parte final del tercer tomo, cuando Saco analizaba el incremento de la trata
esclavista en el Caribe a fines del siglo xvill y el
despegue del sistema de plantacin azucarera esclavista, se haca visible el
trasfondo liberal de su crtica al comercio esclavista y al incremento de la
poblacin negra en el Caribe.86 Dicho trasfondo tena que ver, una vez ms,
con la visin de las sublevaciones de esclavos en Jamaica y con las
revoluciones de Hait y Guadalupe como "espantosas catstrofes" que
deban ser evitadas a toda costa en Cuba y Puerto Rico.87 Dicha perspectiva liberal quedaba
ms claramente expuesta, an, en escritos reformistas de Saco sobre su presente
colonial y esclavista en el Caribe, como La esclavitud poltica a que
las provincias de ultramar fueron condenadas por el gobierno y las Cortes
constituyentes en 1837 (1866), escrito mientras representaba a Cuba en
la Junta de Informacin de Madrid, o La esclavitud en Cuba y la
revolucin en Espaa(1868), texto en el que expona las razones por las que
defenda una abolicin gradual de la esclavitud.
La crtica ms
resuelta de este abolicionismo liberal no provino de los separatistas cubanos
de la generacin de Jos Mart, Manuel Sanguily o
Enrique Jos Varona, quienes admiraban profundamente a Saco, sino de los
republicanos y autonomistas caribeos que, como los cubanos Rafael Mara de Labra
(18401918) y Miguel Figueroa (1851-1893) y el puertorriqueo Julio Vizcarrondo
(1829-1889), se aliaron a los abolicionistas peninsulares, partidarios de la
revolucin de 1868, y demandaron el fin inmediato de la esclavitud. Vizcarrondo
y Labra fundaron en 1864 la Sociedad Abolicionista Espaola e iniciaron una
campaa pblica contra la esclavitud en las colonias antillanas, en peridicos
como El Abolicionista Espaol, La Propaganda, La Discusin, La Tertulia y El
Debate, a la que muy pronto se sumaran importantes intelectuales y
polticos peninsulares como Concepcin Arenal, Fernando de Castro, Francisco
Giner de los Ros y Emilio Castelar.
Los abolicionistas se
incorporaron a la ola revolucionaria y republicana espaola, que se inici en
1868, propiciando algunos avances legislativos y polticos como el clebre
discurso de Castelar ante el Congreso, del 20 de junio de 1870, o la Ley Moret, de mayo de ese mismo ao, que conceda la
"libertad de vientres", impulsada por el ministro de Ultramar,
Segismundo Moret. Desde un punto de vista jurdico,
el alcance de aquel abolicionismo tampoco rebas los lmites de la tradicin
liberal decimonnica de hecho, la Ley Moret avanzaba
slo uno o dos pasos ms all de la propuesta de Garca Herreros en las Cortes
de Cdiz, al conceder la libertad a los esclavos mayores de 60 aos y los que
se enlistaran en el ejrcito peninsular, pero desde una perspectiva
intelectual, especialmente en la obra de Labra, s lleg a suscribir la
interpretacin republicana de la doctrina de los derechos naturales del hombre.
En su crtica a Saco,
Labra contrapona la posicin "conservadora" del cubano a la
"radical" del catlico francs Augustin Cochin, abuelo del historiador conservador del mismo
nombre, quien en el cuarto volumen de su libroLabolition
de l'esclavage (1861) haba hecho una fuerte
impugnacin del 'sistema esclavista sureo de Estados Unidos.88 Segn Labra, la propuesta de Saco
de una "emancipacin gradual o a plazos", debido a las dificultades
para "indemnizar a los propietarios", a las "perturbaciones que
podra provocar una medida violenta y repentina" y a las "resistencias
que podran ejercer las Antilllas a un decreto
radical de abolicin, intentando o consiguiendo su separacin de la
metrpoli", era incorrecta y denotaba un anlisis "de la cuestin de
la esclavitud slo desde el lado de la raza caucsica".89
Labra opona a dicha
racionalidad racial del liberalismo reformista una propuesta de "abolicin
inmediata y simultnea de la esclavitud en las Antillas", basada en una
asuncin republicana de los derechos naturales del hombre.90 La indemnizacin, sostena Labra,
no poda ser reclamada como un "principio de derecho de los amos", ya
que la misma remita, en todo caso, al derecho de propiedad, que era una
"convencin social". En cambio, la esclavitud, en tanto anulacin del
derecho natural de la libertad, s deba ser considerada dentro del jusnaturalismo de las sociedades civilizadas.91 No es raro que en su vuelta del
enfoque republicano, Labra incluyera una revaloracin positiva del legado de Toussaint Louverture, de la
revolucin haitiana e, incluso, de la revolucin de la Guadalupe, en tanto
revueltas ocasionadas, no por la abolicin como sugera Saco, sino por la
ausencia de la libertad natural de los africanos.92
Un tanto
injustamente, Labra presentaba a Saco como diputado, por Cuba, a las Cortes de
1836, cuando l saba perfectamente que ningn diputado cubano, puertorriqueo
o filipino haba podido desarrollar su labor legislativa. Pero a Labra le
interesaba realizar una crtica paralela de la propuesta de
"extincin" de la esclavitud de Saco y de su defensa de los derechos
de representacin de los criollos de Ultramar en las Cortes madrileas,
reiterada en la Junta de Informacin de 1866. Para Labra era sintomtico que
Saco llamara "esclavitud" esa negacin de la representacin poltica
de los criollos y que demandara su fin inmediato. El fin inmediato de esa
"esclavitud", junto al fin mediato de la otra, reflejaba, segn
Labra, la subordinacin liberal de la libertad civil de los
africano-descendientes a la libertad poltica de los criollos blancos. Para
Labra, sin embargo, "la libertad de los negros era inseparable de la
libertad de los blancos".93
Luego de refutar la
posicin de Saco, Labra se desplazaba a un cuestionamiento radical de los
estereotipos sobre la "indulgencia, la aversin al trabajo, la ferocidad
de instintos y la incapacidad para recibir cultura social" de la poblacin
negra.94 El abolicionista confrontaba las estadsticas
de Cuba y Puerto Rico con las peninsulares y demostraba que en Espaa, con
menos densidad demogrfica negra, los ndices de delincuencia y criminalidad
eran mayores, por lo que las representaciones negativas sobre la moral pblica
de los afroantillanos eran insostenibles.95 En escritos posteriores, como La
abolicin de la esclavitud en el orden econmico (1873), La
brutalidad de los negros (1876) y en su curiosa conferencia, en
Madrid, Los hombres del siglo. El negro Santos, de Santo Domingo (Toussaint Louverture) (1880),
Labra reiterar su defensa de una abolicin inmediata, refutando a quienes sostenan
que la misma afectara econmicamente al imperio y sugiriendo que una medida
as ayudara a pacificar la guerra separatista en Cuba.96 Labra no estaba de acuerdo, desde
luego, con la independencia de Cuba y Puerto Rico, pero era capaz de suscribir
la abolicin de la esclavitud que defendan los separatistas cubanos que se
levantaron en armas tras el "Grito Yara" de octubre de 1868.
Es curioso que Labra
sostuviera que aquella insurreccin era un cuestionamiento prctico de la tesis
de Saco, cuando Carlos Manuel de Cspedes y otros lderes de la misma tenan
ideas bastantes parecidas a las del reformista criollo. En el Manifiesto de
octubre de 1868, Cspedes haba abogado por una "emancipacin gradual y
bajo indemnizacin de la esclavitud".97 Luego, en el Decreto del
27 de diciembre, afirmaba que "Cuba libre era incompatible con Cuba
esclavista", pero centraba su legislacin en la incorporacin de los
libertos al ejrcito insurrecto.98 En febrero de 1869, los jefes separatistas de
Camagey, reunidos en la Asamblea del Centro, volvieron a decretar la abolicin
con indemnizacin, ordenando que los libertos que pudieran ser reclutados se
incorporaran a las tropas, mientras que los no aptos para la guerra se
mantuvieran en el trabajo domstico.99Finalmente la Constitucin de Guimaro (1869), en
su artculo 24, estableci que "todos los habitantes de la repblica eran
enteramente libres", pero al no legislar expresamente el fin de la
esclavitud dio pie a que un posterior "Reglamento de Libertos"
preservara el trabajo domstico de los recin liberados.100 Esta oscilante posicin de los
lderes separatistas cubanos sobre la abolicin los acercaba ms al reformismo
de Saco que al republicanismo de Labra.
El papel de Labra y
otros republicanos de su generacin en la promulgacin de la Ley de Abolicin
de la Esclavitud para Puerto Rico, en 1873, de la Ley del Patronato de 1880,
que contemplaba una limitacin de ocho aos de la libertad de los ex esclavos,
y de la abolicin definitiva de la esclavitud en las Antillas, en 1886, fue
determinante. A pesar de que durante el periodo de radicalizacin republicana
Labra no abandon nunca el autonomismo, su opinin sobre las guerras de
independencia en Cuba y Puerto Rico y del separatismo de los criollos, negros y
mulatos de ambas islas no fue tan beligerante como la de otros autonomistas
caribeos. El hecho de que aquellos republicanos hayan sido los responsables,
en buena medida, de la abolicin definitiva de la esclavitud y que, a la vez,
no rebasaran la solucin autonmica a la soberana de las islas caribeas, nos
coloca, nuevamente, frente a la vieja ambivalencia gaditana del liberalismo
hispnico, denunciada por Jos Mart en su escrito La repblica
espaola ante la revolucin cubana (1873): la ambivalencia entre la
libertad civil de la ciudadana imperial y la sujecin poltica de las naciones
coloniales.
Dicha ambivalencia
nos devuelve a las tensiones entre nacin, esclavitud y liberalismo, apuntadas
al inicio de este ensayo. Entre 1812 y 1886, uno de los principales dilemas del
liberalismo hispnico fue extender constitucional y jurdicamente la doctrina
de los derechos naturales del hombre a todos los ciudadanos del imperio,
incluidos los nacidos en frica y sus hijos. Como hemos visto aqu, el
liberalismo hispnico, tanto en la pennsula como en el Caribe, se resisti a
dicha extensin durante ms de 70 aos, hasta que la emergencia de una
corriente republicana, en la metrpoli y las colonias, logr trascender los
lmites del viejo abolicionismo. Los nuevos abolicionistas republicanos se
enfrentaron al abolicionismo liberal con el argumento de que la propiedad de
esclavos era un derecho civil, no natural, y por tanto embargable, principio al
que apelaron tanto los jacobinos negros de Hait como los liberales
anticlericales de Hispanoamrica. Esos republicanos, sin embargo, a la vez que
subordinaban el derecho de propiedad al de la libertad, mantenan la
preeminencia de la libertad civil de los esclavos sobre la libertad poltica de
las naciones. La solucin autonmica era conciliable con la universalidad
masculina de los derechos naturales del hombre pero no con el surgimiento de
naciones poscoloniales en el Caribe.
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1 Bentham, Antologa, 1991,
pp. 45-54, 109-158 y 257.
2 Ibid., p. 258.
3 Chesterton, Juicio, 2009,
pp. 26-34.
4 Rodrguez, Cuestin, 1989,
pp. 35-57, y Rodrguez, "William', 1994, pp. 201-244.
5 Losurdo, Liberalism, 2011.
6 Ibid, pp. 1-66.
7 Para una caracterizacin general del
liberalismo hispnico y latinoamericano en el siglo XIX vase Brea,Primer, 2006,
y Jajsic y Posada (eds.), Liberalismo, 2011.
8 Jefferson, Declaracin, 2009,
p. 59, y Tena (ed.), Leyes, 1964, p. 31. Vase tambin, Armitage, Declaration,2008.
9 Fernndez (ed.), Constitucin, 2010,
p. 90.
10 Ibid., pp. 90 y 94.
11 Ibid., pp. 96-97.
12 Labra, Amrica, 1914, p.
128. Vase tambin Piqueras, "Poltica", 2002, pp. 465-483, y
Hernndez, "Cortes", 1985, pp. 15-22.
13 Ibid., pp. 128-129.
14 Ibid, p.
129.
15 Diario, 1870-1874,
vol. II, pp. 811-813.
16 Ibid., p. 813.
17 Ibid., pp. 811 y 812.
18 Ibid., p. 812.
19 Ibid.
20 Waldstreicher, Slavery, 2009, pp. 107-152.
21 Drescher, "Limits", 2001, pp. 10-14.
22 Blackburn, "Force",
2001, pp. 15-22, y Childs, "Black", 2001,
pp. 135-156.
23 Antilln, Disertacin, 1811,
p. 3. Agradezco al historiador peninsular Jos Mara Portillo el contacto con
este raro tratado.
24 Ibid., p. 70.
25 Ibid, pp. 78-79 y 84.
26 Ibid, p. 71.
27 Ibid., pp. 47-48.
28 Ibid, p. 74.
29 Pocock, Momento, 2002,
pp. 559-606; Bjar, Corazn, 2000, pp. 127-136; Pettit, Republicanismo, 1999, p. 180, y Dagger, Civic, 1997,
pp. 104-108.
30 Dubois, Avengers, 2004.
31 James, Jacobinos, 2003, pp.
17-19.
32 Ibid., pp. 96-97.
33 Vase Gerbi, Disputa, I960,
pp. 42-47.
34 Dubois, Avengers, 2004, pp. 152-170 y 209230.
Vase tambin Dubois y Garrigus, Slave, 2006.
35 Dubois, Avengers, 2004, pp. 215-220.
36 Garda, Cortes, 1998,
pp. 182-192.
37 Bolvar, "Discurso", 1986, p. 6..Vase tambin Mezilas,
"Revolucin", 2010, pp. 1-11, y Gmez, "Revolucin", 2006,
pp. 1-10.
38 Franco, Ensayos, 1980, pp.
12-30; Charles, Pensamiento, 1985, pp. 36-62
39 Para un debate contemporneo sobre la idea
limitada del derecho de propiedad en la tradicin republicana vase Purdy, Meaning, 2010,
pp. 44-66 y 87-114.
40 Fehr, Revolucin, 1989,
pp. 64-80.
41 Robespierre, Virtud, 2010,
p. 158.
42 Ibid.
43 Ibid.
44 Gilroy, Black, 1993,
pp. 1-40.
45 Buck-Morss, Hegel, 2009,
pp. 21-78.
46 Hegel, Fenomenologa, 2000,
pp. 117-121.
47 Trouillot, Silencing, 1995, pp. 1-30.
48 Surez, Doctor, 2005, pp.
53-78 y 81-105.
49 Domingo, "Junta", 2002, pp.
141-166.
50 Ruiz, Acosta y Quiones, Proyecto, 1959,
pp. 10-17.
51 Pons et al., Historia, 2001,
pp. 9-15; Rojas, Cuba, 2001, pp. 146-147, y Morales, Relaciones, 2002,
pp. 19-63. Sobre la rebelin de Aponte vase, Childs, 1812, 2006.
52 Ferrer, "Noticias", 2003, pp.
675-694. Vase tambin Gonzlez-Ripoll et al., Rumor, 2004; Ferrer,
"Temor", 2005, pp. 67-84; Naranjo, "Temor", 2005, pp.
85-122.
53 Franco (ed.), Documentos, 1954,
pp. 5-63.
54 Ibid., p.
69.
55 Ibid., pp.
69-70.
56 Ibid., pp.
117-122.
57 Ibid., pp.
123-124.
58 Ibid.,
pp. 233-237.
59 Ibid., pp. 239-240.
60 Ibid., p. 258.
61 Ibid.
62 Moreno, Ingenio, 1978, t. I,
pp. 126-133.
63 Arango y Parreo, Obras, 1952,
t. I, pp. 97102 y 114-174, t. II, pp. 196-198, 199-202 y 203-204. Vase
tambin, Rojas, Motivos, 2008, pp. 50-51.
64 Barcia, Clap, 2001;
de l mismo vanse tambin, Ltigo, 2000, y Seeds, 2008.
65 Sklodowska, Espectros, 2009,
pp. 23-102. Vase tambin Fischer, Modernity, 2004.
66 Saco, Historia, 1938, t. IV,
p. 5.
67 Ibid., pp. 9-10.
68 Ibid., p. 12.
69 Varela y Morales, Observaciones, 2008,
pp. 1720 y 80. Vase tambin, Porrillo, "Estudio", pp. VII-XL, y
Piqueras, Flix, 2007, pp. 46-76.
70 Piqueras, Flix, 2007, pp.
61-76. Vase tambin, Rojas, Repblicas, 2009.
71 Ibid., p.
281.
72 lbid., p.
291.
73 Las estadsticas, 1975, p. 22.
74 Saco, Historia, 1938, p. 32.
75 Bid., p. 33.
76 Ibid., pp. 38-39.
77 Fradera, Colonias, 2005,
pp. 372-438.
78 Saco, Historia, 1938, pp.
87-135.
79 Ibid., pp. 174-194.
80 Morales, Iniciadores, 1931,1.1,
pp. 281-338.
81 Labra, Abolicin, 1869, p.
23.
82 Rivas, Literatura, 1990, pp.
25-51.
83 Villaverde, Cecilia, 2005,
pp. 5-10.
84 Saco, Historia, 1938, t.I, pp. VI-LXIX. Para dos valoraciones generales de la
obra de Saco, vase Lorenzo,Sentido, 1942,
y Moreno, Jos, I960.
85 Ibid., pp. 1-2.
86 Ibid., t. m, pp. 173-200.
87 Ibid., t. I, p. LIV.
88 Cochin, Abolition, 1861, pp. 4-25.
89 Labra, Abolicin, 1869, p.
10.
90 Ibid., p. VI.
91 Ibid, pp. 14-15.
92 Ibid, pp. 17-18.
93 Ibid., p. 35.
94 Ibid., pp. 54-59.
95 Ibid., pp. 60-62.
96 Labra, Abolicin, 1873, pp.
VIII-XX.
97 Pichardo, Documentos, 1973,
t. I, p. 370. Vase tambin, Ferrer, Insurgent, 1999,
pp. 1542.
98 Pichardo, Documentos, pp.
371-372.
99 Ibid., p. 375.
100 Ibid., pp. 380-382.
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